Dio sobradas muestras de cómo se conjuga un equipo para sortear de manera contundente las fases eliminatorias. Pero Bielsa se encuentra en su hora crucial: los rivales europeos y el cronograma de preparación física.
[calígula]
El disparador de esta nota fue el comentario de un lector que me llegara vía mail, sobre el paredón al que fueron y son expuestos los seleccionadores argentinos en el último tiempo.
Se me ocurre el síndrome de la discontinuidad tan argentino como el dulce de leche. No en vano nuestra historia política desde 1930 es un pasus interruptus de golpes y democracias, hoy mismo algunos multimedios ansían un inmediato cambio de gobierno para retrotraer la flamante ley de medios y Borges no deja de recordar desde sus textos que el argentino no reconoce relaciones más que interpersonales, por lo que descree, desconoce y no cultiva una relación con las instituciones.
La indeclinable renuncia de Marcelo Bielsa a la Asociación del Fútbol Argentino no sólo significó el deterioro profesional y deportivo de la selección sino también la consagración de las ofensivas dispersas y discontínuas: la prensa, el unánime origen de las energías agotadas del loco, tomó conciencia de su poder destituyente.
Recuerdo mis discusiones en la contemporaneidad bielsista y me vienen los argumentos críticos como “demasiado rígido”, “europeizante”, “esquemático”, “caprichoso”, “ata a los jugadores”, etc. calificativos, todos, más o menos públicos en los medios de entonces.
Al parecer, sin agregar cierto tono despectivo y burlesco de aquella prensa especializada que no recibía entrevistas particulares (ver Pagani “le pagan para atender a la prensa”), los cuestionamientos, ya que no podían atarse a los buenos resultados, apuntaban a un ESTILO.
Estilo novedoso (y copiado por más de un europeo) que salía, después de muchos años, de la binaria y fastuosa dicotomía Menotti – Bilardo para abrir una vía sin más referencias que su propio y exiguo currículo como entrenador (campeón con Newells y con Vélez).
Este lineamiento básico se condice con la no especificidad de roles y/o puestos; léase polifuncionalidad (sustentada en aquella técnica individual) que, a su vez, permitía cambios de esquema antes, después y durante los juegos. Así vimos a Diego Simeone como un excelente volante central, a Lucho González en el mismo puesto, a Kily Gonzalez de carrilero, a Juanpi Sorín de volante con llegada al gol y al Burrito Ortega marcando a Roberto Carlos (cuak).
Convencido de que el gol surge de una matriz, Bielsa trabajó a ensayo y error en la conformación de un engranaje haciendo hincapié en una coordinación que tiene como base fundamental el continuo despliegue del jugador.
Aquí es donde surgieron algunas de las críticas que podemos tomar. Más allá de los gustos y preferencias sobre su modelo sistémico basado en la técnica y potencia física de sus engranajes, el equipo de Bielsa pareció, en algún momento, con reproducción en bucle activada. Así, ganando, empatando o perdiendo el equipo salía de lanzas, jugaba de la misma manera e iba una y otra vez y otra y otra vez.
Los jugadores, siempre sabiendo qué hacer tácticamente en el campo, alcanzaron picos de rendimiento que nunca (ni antes ni después) supieron alcanzar (Kily, Zanetti, Mascherano, Sorín) pero el equipo, que no perdía, alcanzaba objetivos y peloteaba a Brasil en el Marcaná, jugaba siempre del mismo modo.
A esta circunstancia se ató el crítico argumento de la previsibilidad (no regular tiempos, no esperar al rival, no desguarecerse). A la aceitada variación táctica y posicional se le pedía posibilidad o menú disponible en el campo estratégico.
Por momentos pienso que si alguno de estos “parodistas deportivos” que pululan por las radios y pantallas de nuestros pobres (intelectualmente hablando) medios, hubiese formulado la crítica con claridad conceptual y lenguaje propio, hubiéramos podido asistir a más de un histórico y reconfortante debate futbolístico a los que Marcelo Bielsa invitaba con su lenguaje técnico y preciso, en cada una de sus conferencias de prensa.
Pero el “parodista” se aburría, las conferencias de Bielsa sólo hablaban de fútbol y se hacía difícil el recorte de títulos.
Después de la fallida experiencia mundialista (a partir de la que lo mascararon) Bielsa aprendió que uno de los pilares fundamentales de su sistema, el físico, constituye en sí mismo un cronograma más que importante, vital; léase los jugadores llegaron quemados a Japón.
Así, amigos, tenemos a muchos de los que hoy aman a Bielsa y antes lo tiroteaban, que siguen pensando que el loco perdió por no renunciar al incólume capricho de no poner unos minutos juntos a Crespo y Batistuta.
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[calígula]
El disparador de esta nota fue el comentario de un lector que me llegara vía mail, sobre el paredón al que fueron y son expuestos los seleccionadores argentinos en el último tiempo.
Se me ocurre el síndrome de la discontinuidad tan argentino como el dulce de leche. No en vano nuestra historia política desde 1930 es un pasus interruptus de golpes y democracias, hoy mismo algunos multimedios ansían un inmediato cambio de gobierno para retrotraer la flamante ley de medios y Borges no deja de recordar desde sus textos que el argentino no reconoce relaciones más que interpersonales, por lo que descree, desconoce y no cultiva una relación con las instituciones.
La indeclinable renuncia de Marcelo Bielsa a la Asociación del Fútbol Argentino no sólo significó el deterioro profesional y deportivo de la selección sino también la consagración de las ofensivas dispersas y discontínuas: la prensa, el unánime origen de las energías agotadas del loco, tomó conciencia de su poder destituyente.
Recuerdo mis discusiones en la contemporaneidad bielsista y me vienen los argumentos críticos como “demasiado rígido”, “europeizante”, “esquemático”, “caprichoso”, “ata a los jugadores”, etc. calificativos, todos, más o menos públicos en los medios de entonces.
Al parecer, sin agregar cierto tono despectivo y burlesco de aquella prensa especializada que no recibía entrevistas particulares (ver Pagani “le pagan para atender a la prensa”), los cuestionamientos, ya que no podían atarse a los buenos resultados, apuntaban a un ESTILO.
Estilo novedoso (y copiado por más de un europeo) que salía, después de muchos años, de la binaria y fastuosa dicotomía Menotti – Bilardo para abrir una vía sin más referencias que su propio y exiguo currículo como entrenador (campeón con Newells y con Vélez).
FESTEJOS POR LA CLASIFICACION CHILENA
Bielsa impuso un piso técnico: no podía encontrarse en su selección un jugador sin la mínima dote técnica que le permitiese resolver cualquier circunstancia puntual y/o fortuita de partido (la única excepción fue Gabriel Heinze en su búsqueda de reemplazo al lesionado Walter Samuel).Este lineamiento básico se condice con la no especificidad de roles y/o puestos; léase polifuncionalidad (sustentada en aquella técnica individual) que, a su vez, permitía cambios de esquema antes, después y durante los juegos. Así vimos a Diego Simeone como un excelente volante central, a Lucho González en el mismo puesto, a Kily Gonzalez de carrilero, a Juanpi Sorín de volante con llegada al gol y al Burrito Ortega marcando a Roberto Carlos (cuak).
Convencido de que el gol surge de una matriz, Bielsa trabajó a ensayo y error en la conformación de un engranaje haciendo hincapié en una coordinación que tiene como base fundamental el continuo despliegue del jugador.
Aquí es donde surgieron algunas de las críticas que podemos tomar. Más allá de los gustos y preferencias sobre su modelo sistémico basado en la técnica y potencia física de sus engranajes, el equipo de Bielsa pareció, en algún momento, con reproducción en bucle activada. Así, ganando, empatando o perdiendo el equipo salía de lanzas, jugaba de la misma manera e iba una y otra vez y otra y otra vez.
Los jugadores, siempre sabiendo qué hacer tácticamente en el campo, alcanzaron picos de rendimiento que nunca (ni antes ni después) supieron alcanzar (Kily, Zanetti, Mascherano, Sorín) pero el equipo, que no perdía, alcanzaba objetivos y peloteaba a Brasil en el Marcaná, jugaba siempre del mismo modo.
A esta circunstancia se ató el crítico argumento de la previsibilidad (no regular tiempos, no esperar al rival, no desguarecerse). A la aceitada variación táctica y posicional se le pedía posibilidad o menú disponible en el campo estratégico.
Por momentos pienso que si alguno de estos “parodistas deportivos” que pululan por las radios y pantallas de nuestros pobres (intelectualmente hablando) medios, hubiese formulado la crítica con claridad conceptual y lenguaje propio, hubiéramos podido asistir a más de un histórico y reconfortante debate futbolístico a los que Marcelo Bielsa invitaba con su lenguaje técnico y preciso, en cada una de sus conferencias de prensa.
Pero el “parodista” se aburría, las conferencias de Bielsa sólo hablaban de fútbol y se hacía difícil el recorte de títulos.
Después de la fallida experiencia mundialista (a partir de la que lo mascararon) Bielsa aprendió que uno de los pilares fundamentales de su sistema, el físico, constituye en sí mismo un cronograma más que importante, vital; léase los jugadores llegaron quemados a Japón.
Así, amigos, tenemos a muchos de los que hoy aman a Bielsa y antes lo tiroteaban, que siguen pensando que el loco perdió por no renunciar al incólume capricho de no poner unos minutos juntos a Crespo y Batistuta.
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