Cuando el orden castrense se salió de su vía para confundir roles y descarrilar sobre la organización civil, el orden constitucional argentino se volvió menos inestable que impredecible, los proyectos a largo plazo se abortaron hasta que dejaron de proyectarse y el cierre de balances y períodos ahondó el agujero negro de la economía. Esta abrupta discontinuidad vino a congelar el tiempo, a estancar un país que quedó durante muchos años caminando sobre la cinta de un gimnasio subdesarrollado con plasmas y vidriera al primer mundo. Cada cuál que llega se endeuda en nombre de honorables proyectos, haciendo cultos de fe tan subjetivos como originales y aprendiendo, al cabo, que el manejo de caja es más tentador que sencillo, porque el plazo de los compromisos suele exceder al de los mandatos.
Pero ¿quién puede hacer las cosas tan mal? ¿cuánto de incapacidad y cuánto de interés existe en estas operaciones de tan traumáticas consecuencias? No vamos a decir que la Segunda Guerra Mundial se ideó para llevar a cabo un Plan Marshall pero sepamos que los backstages hace tiempo dejaron de ser genuinos. Los nombres de los empresarios (llamados banqueros, capitales, inversionistas, propulsores, mecenas, buitres, accionistas, etc) que escribieron parte de esta historia difícilmente aparezcan (y quieran que aparezcan) en algún cartel de calles argentinas; ellos tienen espacio para los presidentes a cargo de las gestiones.
Quizá algo de todo esto explique la lapidaria y certera visión borgeana sobre el argentino que no sabe relacionarse con las instituciones y no reconoce otra relación que la personal.
Hoy, Chocho Llop (con unos pocos meses de antigüedad en Rácing) dice, después de despedir a Sava, Chatruc y Estévez, que se traerán sólo los refuerzos que él pida y que jugará quién él quiera (sic). Carlos Granero, empresario (?) y ladero, toma voz cantante en Rácing sin tener cargo formal alguno; el juez Gorostegui y el Órgano Fiduciario continúan, como desde hace más de siete años y como si nada hubiese pasado, en las funciones de monitorear los movimientos económicos de Rácing; Bastía sólo quiere irse; Matías Sánchez fue vendido (en un 80%) días antes de la salida de Blanquiceleste; Gullota no sabe a quién le pertence su pase; Sergio Marchi (Agremiados), la mesa de enlace y Chanchi Estévez (ya desde Paraguay) dicen, a su modo, que Gorostegui y el Órgano Fiduciario no están seguros si la pelota de fútbol se mueve gracias a ciertos conejos que tienen adentro (sic).
Mientras tanto Aerolíneas Argentinas vuelve al patrimonio estatal como ya volvió el Correo después de otro vaciamiento empresarial, las placas del techo del Estadio Único de La Plata se pudren en la aduana y, quizá (por qué no), se reflote el proyecto para terminar la Ciudad Deportiva de Boca o Marcelo Tinelli se compre el Carrefour de Avenida La Plata.
La vida continúa.
Para seguir este derrotero de infortunios no tienen más que clickear en el escudo de Rácing, a la derecha de su pantalla señor (a).
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