Tuesday, July 8, 2008

Beijing 2008: Estadio Olímpico.



No miente Jaques Herzog cuando dice que “La fuerza de nuestros edificios es el impacto inmediato y visceral que tienen en el visitante”. El arquitecto suizo que junto a su colega constituye el estudio Herzog & DeMeuron habla desde el escalón de la fama mundial a partir de recibir el Premio Pritzker en 2001. Entonces, cuando no terminaron de hacerle lugar al premio, los titulares del estudio se internaron en la arquitectura deportiva con el proyecto del Allianz Arena de Munich, inaugurado en el Mundial de Alemania 2006 cuando sorprendieron al mundo con los cambios de color de esa cápsula lumínica que envuelve 66.000 butacas para el único fin de observar fútbol situada en la frontera de la trama urbana y el paisaje abierto de Munich respondiendo de manera grandilocuente a un simple requerimiento del programa de necesidades que poco tuvo que ver con el evento propulsor: después del mes mundialista el estadio quedaría para uso compartido del Bayern Munich y el TSV 1860 Munich, dualidad que disparó la idea de aquella piel de almohadillas romboidales que pueden ser iluminadas con colores e intensidades diferentes de acuerdo a la ocasión.



Casi simultáneamente – teniendo en cuenta los tiempos proyectuales - ganaron el concurso internacional convocado en 2002 para el estadio olímpico de Beijing. Y del mismo modo, el impacto visual, ventana china al mundo, tuvo una indefectible incidencia en la adjudicación y terminó rebautizando al estadio como Bird´s Nest (Nido de Pájaros).



La obra cubre unos 204.000 m2, cuesta más de u$s 500 millones y parece menos compleja su construcción de métodos convencionales que su render. Porque si bien el estadio está equipado con la más sofisticada tecnología, la innovación que lo distingue es, otra vez, la piel. (léase fachada, imagen o impacto y si seguimos derivando envase, envoltorio, packaging).

Esta piel es una membrana transparente (techo retráctil) de dos capas (una protectora de agentes atmosféricos y otra acondicionadora de acústica) y la malla reticular juega como fachada (estructural) contenedora de las circulaciones verticales. Así, una miríada de ramas y entrelazamientos de cemento con cojines hinchables devuelven al observador la imagen de un nido acolchado que guarda 91.000 asientos, señalizaciones de pizarra, sotillos de bambú, bloques de piedra y jardines cubiertos.




No es, de ninguna manera esto, un desprecio de la obra de arte. Ni siquiera una crítica a una obra espectacular. Sólo es un punto de vista que, rememorando el barroco – donde pudo verse la ciudad como un escenario enmarcado de fachadas – distingue un posmodernismo que sabe vestirse de novedad y no deja de repetirse en la sobreactuación y la demanda de tecnología al servicio de la imagen, casi como reverso de una moneda arquitectónica donde el lado de la innovación espacial y de uso – habitabilidad - quedaría a la sombra de tanta luminosidad.

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