La esquina porteña de México y Treinta y tres Orientales, el fútbol, la carbonería de los Monti, el Oratorio San Antonio, un tranvía y el cura Lorenzo Massa se conjugaron a principios de 1908 para iniciar la historia de San Lorenzo de Almagro. Todos los datos reconocibles, anecdóticos y publicados vuelven a leerse hoy, cuando se cumple un siglo de la fundación del club y una gran fiesta – con el hilo conductor de su historia - tiene cita y lugar en su estadio. La historia (escrita) comienza el 1 de abril de 1908, cuando los Forzosos de Almagro, invictos en los alrededores, fundan un club que cambiaría para siempre el nombre de “Forzosos” por el de “San Lorenzo”, siempre de Almagro. Y este cambio tiene sus razones.
Desde 1907 los Forzosos de Almagro hacían de local en el potrero de México y Treinta y Tres Orientales y tenían su sede – una casilla de madera – atrás de la carbonería de los Monti, apellido de Federico, dueño de la pelota. Cierto es que un tranvía de la línea 27 magulló a Juan Abonanza, que los vecinos del barrio se quejaron a la policía por la pelota y que Massa preguntó por el accidentado. Pero cabe separar estos hechos o calibrar su valoración en la creación del Oratorio San Antonio.
Digamos que San Lorenzo de Almagro nació como una conjunción de intereses en nombre de la solidaridad; que los Forzosos fueron tentados por el padre Lorenzo Massa a poblar su Oratorio a cambio de desafíos organizados con nueva camiseta.
Este tipo de misión caritativa y predicadora, el Oratorio, es bien conocida en el mundo de la comunidad salesiana, cuyo fundador, San Juan Bosco (Don Bosco), es honrado en todas las delegaciones salesianas (incluso el patio cubierto del actual Instituto San Antonio, lindante de la capilla, todavía es dominado por su mirada desde el mural honorífico).
La tradición salesiana llevó al 8 de diciembre (1841) el inicio de la obra contando que Juan Bosco se preparaba para la misa en la Iglesia de San Francisco de Asís de Turín cuando un chico de 14 años, Bartolomé Garelli, se apostó a mirar desde la puerta de la sacristía y el sacristán lo invitó a ayudar en la celebración de la santa Misa. El bueno de Bartolomé se negó y antes de que volviera el sacristán a golpearlo con la caña de encender las velas ya había escapado de la iglesia. ¡Qué has hecho! Es mi amigo... llámalo – exclamó Don Bosco. Cuando Bartolomé volvió, lo trató con cariño, lo interrogó afectuosamente y, después de saberlo huérfano y sin techo, lo invitó a rezar un Ave María y a volver con otros compañeros para así, casi sin saberlo, dar nacimiento a la obra del Oratorio (que hasta que tuvo su primer sitio en la Casa Pinardi no fueron sino reuniones en terrenos baldíos).
No eran más que baldío los terrenos lindantes con la capilla de San Antonio que Lorenzo Massa ofrecía a los Forzosos en los inicios porteños de 1908; incluso un terreno en que aun no podía jugarse al fútbol como lo hacían ellos enfrente, en México y Treinta y tres. Sumado al trabajo que les deparaba limpiar y nivelar aquel terreno, los pibes encontraron que la asistencia obligatoria a la misa del domingo, colaboración de monaguillo incluida, más las clases de catecismo formaban parte de un convenio sospechoso que finalmente aceptaron.
La reunión del 1 de abril se hizo en el aula de los alumnos de la capilla San Antonio cedida por el cura. Cancha propia, camiseta azulgrana, sello distintivo y ganas tendrían que aunarse bajo un nombre para la fundación del club. EL Centinela de Quito, El invencible y El almagreño quedaron vetados para dar lugar a “San Lorenzo de Almagro” bajo propuesta del propio cura anfitrión. Y quienes aquí sitúan a Massa lejos del autohomenaje escriben que la propuesta del cura remitía al heroísmo y servicio a Dios que podía infundir San Lorenzo mártir a la vez que se recordara la valiente batalla sanmartiniana, el famoso Combate de San Lorenzo.
No hace falta haber transitado alguna vez los pasillos salesianos para acordar que la institución católica, al igual que la militar en diferente formato, se rige y rigió desde siempre a través de una neta y severa verticalidad que las hizo perecederas a los siglos. La caridad del Oratorio es tan inobjetable como el hecho de que el fútbol se retiró de las calles de Buenos Aires sólo cuando, en los años 80, desaparecieron los últimos potreros y la apertura salesiana sería la carta de presentación en sociedad de la orden superior de adherir el barrio a la iglesia.
Convengamos también que bien le vino al nuevo club el cambio de nombre. Forzosos, Centinelas, Invencibles y demás títulos de época hubiesen prosperado hacia lugares impensados. Pero en aquella elección donde el único asunto innegociable era el circunstancial de lugar “de Almagro” quedó asentada una vanagloria y un deseo de perpetuidad que pueden ser vistos poco elegantes.
Entendiendo que la permanente y primordial tarea católica de teñir la vida al color cristiano inclinaría espontáneamente al padre Massa a titular el futuro club promoviendo el nombre de un santo de la basta galería que los siglos católicos supieron acumular, es observable que, sin méritos propios en la elección del nombre – como suele contar la historia -, pudo tener a mano un generoso menú de opciones previo al recuerdo de San Lorenzo mártir que absolutamente nada tenía que ver con los Forzosos de Almagro. Patrono de los comediantes, los cocineros y los bibliotecarios, San Lorenzo fue uno de los siete diáconos de Roma durante el papado de Sixto II (hacia 258) que fuera quemado vivo sobre una parrilla después de llevar como tesorero las cuentas de una Iglesia cristiana muy perseguida.
Si descartamos el nombre de San Juan Bosco por saber que ya existía, a pocas cuadras del Oratorio, el colegio salesiano que lleva su nombre, el próximo santo en el menú del padre Massa hubiese sido San Antonio, mismo nombre del Oratorio y cuya imagen corona el altar de la capilla que aún reúne a los vecinos el domingo. Patrono de los pobres y santo de los objetos perdidos, Fernando de Bulloes y Taveira de Azevedo cambió su nombre por el de Antonio cuando entró a la Orden de los Frailes menores empezando el siglo XI, después de separarse de su rica familia portuguesa y fue canonizado pocos meses después de morir enfermo en Padua a los 35 años.
Pero finalmente, el padre Lorenzo Massa, como jefe conductor de aquellos chicos, sin santos alternativos y sin más, adoptó el nombre que lo recordaría para siempre: “San Lorenzo de Almagro”, casi como un modo de autocanonización.