Aquel gordo era hincha de Boca y se estremecía con la sola idea de que un día a la Bombonera pudiera pasarle lo mismo. Así que se olvidó de todas las amarguras que le había provocado la azulgrana y me acompañó hasta el círculo central. Ahí nomás, en un suspiro, me contó sus pesadillas: Diego García, Lángara, Martino, Albrecht, el gran Sanfilippo, el lobo Fischer, Scotta, que hizo sesenta goles en el 75, el ratón Ayala, Los Carasucias y hasta el petiso Figueroa, que acertó el zapatazo decisivo contra River en el 72.
Hace veinte años los últimos sobrevivientes de la fundación del club Francisco Xarau y Juan Gianella, me contaron, para que yo la escribiera, la historia que nació en la esquina de México y treinta y tres y siguió en los fondos de la Capilla de San Antonio. Una tarde de 1907, cuando los chicos que se decían Forzosos de Almagro jugaban un picado sobre las vías , un tal Juancito Abondansa quiso gambetear al tranvía 27 pero salió bastante destartalado. El cura Lorenzo Massa estaba en la vereda, preguntándose cómo hacer para que esos atorrantes fueran a oír misa y les propuso hacer la primera cancha en el fondo de la iglesia. Esa ocurrencia iba a ganarle la gloria de Dios y la fama entre los hombres.
"Limpiamos el fondo de escombros -recordó luego Xarau-, conseguimos un carro y Gianella, Federico Monti, su hermano Juan y yo nos llevamos muchas cargas de yuyos, ladrillos y otras cosas dejamos todo limpito. El cura trajo de San Carlos los arcos con las medidas que le habíamos dado".
El dueño de la pelota era Gianella, que más tarde sería el centrodelantero del equipo que ganó el ascenso e 1915. Pero Monti, el caudillo, no toleraba depender de otros para organizar los desafíos y se la compró en dos pesos cincuenta. Después puso otro peso con veinte para cambiarle la cámara. Se venia el primer partido de los Forzosos y no quería descuidar ningún detalle. Monti y sus amigos, que tenían entre 12 y 15 años, estrenaron un juego de camisetas color borra de vino que les procuró el cura Lorenzo y ese día les ganaron a sus vecinos, las Estrellas de México, por 2 a 1.
Xarau hizo un gol de penal y, según recordó Gianella, el segundo fue de un chico de nombre Julio Maidana.
Desde entonces no volvieron a perder pero el cura los obligaba a asistir a misa todos los domingos. Mazza lucía, orgulloso, un templo repleto de atorrantes que en el confesionario juraban obedecer ciegamente a Cristo y madre y no masturbarse jamás. Empezaban a ganarse el mote de "Cuervos" y recién mucho después, para no tener menos fama sopladora que Huracán, se llamaron a sí mismos El Ciclón de Boedo. Lo de Forzosos se le había ocurrido a Luisito Manara, un mocoso que no era tan bueno como para jugar en el equipo, pero que los acompañaba a todas partes. Luisito proponía Forzosos de México, por la calle, pero Monti que veía más lejos, metió a todo el barrio en el compromiso: Forzosos de Almagro, se llamarían.
Pero no. Tantos días de misas y sermones surtieron su efecto: a fines de 1907 a Federico Monti se le metió en la cabeza que el nombre era poco digno de ese cuadro invencible. Entonces le encomendó a Gianella que hablara con el cura para encontrar algo más presentable. Al día siguiente el pibe lo encaró frente a la Iglesia de San Carlos, en Victoria y Yapeyú (hoy Hipólito Yrigoyen y Quintino Bocayuva) y le propuso el nombre de Club Atlético Lorenzo Mazza. "El cura se agarró la cabeza -recordó años después el viajo Gianella- ¡No! ¡Por Favor! Ustedes se pelean en la cancha, les van a decir cuervos, frailongos; no, no". El chico insistió: "Federico dice que lo único que no se puede cambiar es Almagro, pero lo otro está decidido".
El cura Lorenzo estaba orgulloso de sus muchachos pero tanto culto a la personalidad podía perjudicarlos. Rechazó la propuesta, pero dejó una puerta abierta:¿acaso su nombre de pila no evocaba también el de una heroica batalla de los tiempos de la Independencia?. Así sugerida, la ida resultaba un compromiso inteligente: San Lorenzo de Almagro nació, entonces, en abril de 1908 hace 85 años.
"Yo le voy a contar como cambiamos la camiseta y adoptamos la azulgrana que se usa ahora - me dijo en 1972 el centrofóbal Francisco Xarau -. Como nosotros no perdíamos ningún partido, el cura nos dijo un día: "El domingo que viene les voy a traer un cuadro bravo a ver si a ésos les pueden ganar. También voy a traer dos juegos de camisetas y los sorteamos. Uno verde y blanco en franjas, el otro rojo y azul, también verticales, la camiseta que tenga el cuadro ganador queda para San Lorenzo".
El cura les llevó a un equipo de lglesia de San Francisco, también invicto. Sortearon las camisetas y a San Lorenzo le tocó la azulgrana. Esa tarde los chicos de la calle México ganaron 5 a 0 y se quedaron para siempre con los colores. Entre 1908 y 1912 tuvieron una cancha más grande en el Parque Chacabuco, pero la municipalidad los desalojó y San Lorenzo quedó desmembrado. Sus mejores jugadores se fueron a clubes con más aspiraciones. Xarau, Gianella y otros jugaron en Vélez Sarsfield pero después de perder dos finales por ascenso volvieron al barrio. En 1914, ya grandecitos, se juntaron en casa de Alberto Coll, en la esquina de Treinta y Tres y Agrelo, para darle a San Lorenzo una secretaría, un sello y la legalidad necesaria para anotarse en el campeonato de segunda división. Ese año también les ganaron a todos y adquirieron el derecho a una final con Honor y Patria, que era el campeón de la división intermedia. El ganador ascendería a primera. El partido se jugó en la cancha de Ferro el 1° de enero de 1915 y San Lorenzo de Almagro ganó por 3 a 0. No volvería a una división inferior hasta el aciago año de 1981 en el que un delantero de apellido Delgado malogró una decisivo penal contra Argentinos Juniors.
La historia de la cancha perdida por culpa de una ruta que nunca pasó por ahí no era nueva cuando en 1983 San Lorenzo se fue de Boedo. En 1915 los primeros cien socios construyeron una en Liniers pero la municipalidad los desalojó antes de que la estrenaran con el pretexto de que por el medio del terreno iba a pasar una calle asfaltada. Al año siguiente el cura Massa consiguió avales para alquilar un terreno en Avenida La Plata y allí San Lorenzo, con una tribuna para cincuenta personas, empezó a ganar los títulos que lo hicieron tercero en popularidad, atrás de Boca y River.
El Gasómetro construido por aquellos chicos se perdió en circunstancias confusas que ya nadie quiere recordar. En la decadencia también se extraviaron terrenos y otras propiedades irrecuperables. Desde entonces ha sido un buen rival para cualquiera, un club en el que los jugadores están de paso, hacia abajo o hacia arriba. El presidente Fernando Miele, en un arranque de delirio, predice que el suyo -el nuestro- será el club del futuro, algo así como el Real Madrid de Buenos Aires.
Que la inocencia le valga. Nos conformamos con tener el estadio más moderno a fines de siglo.
Seremos felices si podemos pagarle el sueldo a Néstor Gorosito. Porque si hay que venderlo para comprar los muebles o pagar la pintura ¿qué le digo a mi hijo que tiene tres años y solo nos conoce por los colores? Bastante trabajo me costó explicarle que el morocho que grita un gol en la pared de su pieza, de atuendo azulgrana y pantalón blanco, no es el mismo que ahora lleva una absurda camisa azul y oro. Que la suya es una caprichosa ilusión de pibe, que Acosta y San Lorenzo son una misma cosa. Que los colores son los que eligieron los Forzosos de Almagro en 1907 y serán los mismos por los siglos de los siglos.
UNO DE SUS TANTOS CUENTOS: GALLARDO PÉREZ, REFERÍ.
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