Tuesday, September 9, 2008

Selección incompatible argentina.


Tévez contó que pidió disculpas por haber sido expulsado y dejar al equipo con diez hombres, que no le aceptaron las disculpas, que su juego – le dijeron – no amerita disculpa alguna y que está agradecido a Basile por haberle bancado las vacaciones y reservado la titularidad. Muy bien, la modestia – ya sabe – no le queda mal y da sus réditos.

“A veces ni yo me doy cuenta de las cosas. No era que tenía ganas de dar una patada porque quería sacarme las ganas con alguien. No le encuentro explicación a ninguna de las dos jugadas. El paraguayo fue muy vivo y cuando le erré a la pelota empezó a dar vueltas en la cancha”.

No se dio cuenta, le erró a la pelota, no encuentra explicaciones. Asume que mereció ser expulsado “en la primer jugada”: con lo que deducimos que fue a la segunda (ya amonestado) sabiendo o cuando menos sospechando que su permanencia en la cancha era un regalo.

Fueron jugadas “sin sentido y en la mitad de la cancha, no en el área de nosotros o en un contragolpe del contrario”.

En efecto; tan sin sentido como las explicaciones. Un jugador que pagó derechos de piso y adaptación exitosa en Boca, Corinthians, West Ham y Manchester United sabe perfectamente el valor de cada pelota en cada partido.

Carlitos fue a la segunda pelota sabiendo que estaba jugando regalado. En el segundo partido oficial y consecutivo en que se hizo expulsar tempranamente: en los días de Colombia ya había dicho que no se sentía cómodo en la selección. Y en los últimos días de Paraguay largó un “se hace difícil jugar con Lio, Román o el Kun porque todos juegan al pie y al equipo le falta profundidad”.

Esta es la única explicación legible de todas las dadas. Esa profundidad que le falta al equipo es la que buscó Tévez desde el primer minuto de juego cuando robó la pelota en mitad de campo paraguayo y encaró hacia el arco encendiendo a la leonera.

El equipo llegó a Perú cuando el Apache a Manchester: Tévez no está cómodo. Agüero no se siente nueve. Messi está molesto; ya no aguanta la parsimonia de Riquelme ni en los tiros libres ni en los córners (se vio claramente), le tira un pase y no sale a buscar la devolución (acaso leyendo lentitud o pique inútil). Messi y Tévez juegan a lo mismo: uno encara y el otro mira.

Diría que ya está aceptado el hecho de que los raptos individuales terminan de decidir los partidos argentinos. Que también está asumido el mínimo tiempo de convivencia y entrenamiento conjunto. Basile junta jugadores de élite según la liga de los momentos, traza un esquema global y confía en la química ahorrándose palabras que –acaso- supone superfluas.

Pero estos jugadores son de una generación posterior. Estos jugadores son estrellas que ya no tienen ni la sombra, ni los contratos ni el grito ligante de Maradona. Estos jugadores son caciques que ostentan, cada uno, tener la fórmula y la llave de los partidos. Buenas intenciones sí, pero síganme a mí. Sin embargo ninguno de ellos reúne las características de líder natural (sino ya se hubiese impuesto). Estos jugadores, de este modo, son incompatibles; Basile, a esta altura, no puede cambiar su modo.

Y de este modo las consecuencias dictaminarán las decisiones.

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