Thursday, July 19, 2007

Se fue el Negro Fontanarrosa.



"Yo llego a escribir de fútbol porque me gusta el fútbol, no porque me guste la literatura –que me gusta-. Pero me gusta mucho más el fútbol. Entonces, el entusiasmo a mí me parte del fútbol y llego a la literatura. No al revés.Entonces yo pienso que todas las largas horas que yo dediqué a leer "El gráfico", a leer el "Goles", a escuchar partidos de fútbol, a ir a la cancha cuando era chico, ir a ver la tercera, la reserva y la primera, por ejemplo hubo escritores que lo dedicaron a leer. Se dedicaron a leer. Eso es totalmente legítimo como expectativa.Entonces, yo realmente por ahí cuando estoy entre futbolistas, entre técnicos, entre periodistas deportivos, es como que estoy al tanto de todo lo que se habla y no me ocurre lo mismo con los escritores."


Fútbol, pasión de literatos

Algunas manifestación culturales tales como las historietas, las telenovelas o el fútbol, entre otras, han sido marginales por su carácter masivo y popular. A partir del auge de los estudios semióticos, esos mismos rasgos las revalorizaron y hasta las pusieron de moda como objeto de análisis y desde los ámbitos intelectuales se les devolvió el lugar, que ya tenían bien ganado en la sociedad.
De todas maneras, la cultura erudita que parece siempre proyectar una polarización entre lo alto y lo bajo, en términos culturales, colocó como opuestos a la literatura y al fútbol.
Jorge Luis Borges, uno de nuestros iconos literarios, lo aborrecía —como corresponde con su imaginario— “... es feo estéticamente. Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos ...” , así lo recuerda Rodrigo Fresán en su cuento Final cuyo narrador confiesa que tampoco le atrae ese deporte, “...si bien podía apreciar la belleza sobrenatural del segundo gol de Maradona contra Inglaterra “.
Pero para celebración y rescate de nuestro deporte nacional, se han publicado en estos últimos años variadas antologías

que consagran la pasión futbolera de conocidos escritores argentinos y latinoamericanos donde otros rasgos, el carácter narrativo y lúdico que ambos poseen, reconcilian a estos polos que permanecían tan alejados. Algo así querrá expresar Alejandro Dolina en Apuntes del fútbol en Flores cuando afirma que “en un partido de fútbol caben infinidad de novelescos episodios”.
Los relatos locales contienen nombres, datos y referentes reales, algunos más evidentes que otros, según la competencia del lector quien encontrará cierto placer en su reconocimiento. Es la historia del fútbol argentino diseminada a través de las ficciones.
Una semblanza del actual D.T. de la selección, aparece en El visitante de Elvio Gandolfo: ”Era una semifinal y el loco Bielsa, como hacía siempre, gritaba desde el costado de la cancha (...) hasta que como pasaba casi siempre, el réferi lo echó, ordenó que el loco se fuera de la cancha y se dejara de gritar. Y el Profeta obedeció aparentemente y se fue al túnel, pero no bien había desaparecido cuando sólo su cabeza se asomó por la línea horizontal de entrada y allí, como un dibujo animado, haciendo un esfuerzo por no agitar los brazos y hacerse demasiado notorio, siguió gritando, marcando y ordenando“.
Pero además de los jugadores, otros protagonistas de un partido reciben su homenaje. El grito triunfal, tan esperado en El hincha de Mempo Giardinelli: ”Gooooooooool de Vélesárfiiiiiillllll! La voz de Fioravanti estiraba las vocales en el aparato y Amaro, llorando, sintió que jamás nadie había interpretado tan maravillosamente la emoción de un gol. Vélez se clasificaba por fin, campeón nacional de fútbol, tras cumplir una campaña significativa (...) Pocos segundos después de ese cuarto gol, cuando Fioravanti anunció la finalización del partido, Amaro estaba de pié lanzando trompadas al aire, dando saltitos y emitiendo discretos alaridos dió la tan jurada vuelta olímpica alrededor de la mesa”.
El hincha también es tema de otros tantos narradores. Roberto Arlt en una de sus Aguafuertes lo define como un admirador gratuito, desinteresado porque “no necesita conocer a su admirado para discutir sobre él y armar peloteras de café. (...) Tan necesario es que los hinchas de un mismo sujeto se asocien para defenderse de las pateaduras de otros hinchas, que dicha necesidad originó las que llamamos barras y que son como escuadrones rufianosos, brigadas bandoleras, quintos malandrinos, barras que, como expediciones punitivas siembran el terror en los stadiums, con la artillería de sus botellas y las incesantes bombas de sus naranjazos”.
Una definición más científica y determinista es la de Florencio Escardó en El hinchismo y el hincha: “el porteño no odia a nadie ni a nada: acepta o rechaza. Su capacidad de pasión, siempre determinada por factores sentimentales, es positiva, casi nunca negativa. Su aprobación sentimental es el hichismo, una adhesión de tipo místico, sin análisis y sin discriminaciones con entrega total de la personalidad, del afán y del sentimiento. El hinchismo por los clubes deportivos – que con tan poca simpatía han mirado los analizadores de la porteñidad – no es más que una manifestación ruidosa y ostensible del hinchismo que tipifica la manera de ser de todo porteño. El hincha es un estado psicológico de la hora actual”.
El contrapunto obligado del fanático es El árbitro, de quien no se olvidó Eduardo Galeano en ese cuento, a la vez que señala la folklórica y conflictiva relación: ”el árbitro es arbitrario por definición. Este es el abominable tirano que ejerce su dictadura sin oposición posible y el ampuloso verdugo que ejecuta su poder absoluto con gestos de ópera. Silbato en boca, el árbitro sopla los vientos de la fatalidad del destino y otorga o anula los golpes. Tarjeta en mano, alza los colores de la condenación: el amarillo que castiga al pecador y lo obliga al arrepentimiento, y el rojo que lo obliga al exilio (...) A veces, raras veces, esa decisión del árbitro coincide con la voluntad del hincha, pero ni así consigue probar su inocencia. Los derrotados pierden por él y los victoriosos ganan a pesar de él. Coartada de todos los errores, explicación de todas las desgracias, los hinchas tendrían que inventarlo si él no existiera. Cuanto más lo odian, más lo necesitan”.
Como en un cuadro de costumbres aparece en las narraciones, un viejo Buenos Aires con la vivencia del fútbol en los barrios. La música de los domingos de Liliana Heker deja escuchar “voces de chicos; decían pasámela a mí, decían dale, morfón. Tres muchachos sentados en el umbral de un portón, empezaron a cantar: Tenemos un arquero/ que es una maravilla/ ataja los penales/ sentado en una silla / si la silla se rompe/ le damos chocolate/ arriba Boca Junior/ abajo River Plate”. El grito de los chicos del otro lado de la tapia se hizo más intenso (...) las voces de las radios se hicieron más altas, más numerosas, decían se anticipa el Negro Palma, decían avanza Francéscoli, decían cabezazo de Gorosito (...) Goool!, gritaron los muchachos del portón, y algo del grito quedó como suspendido en el aire (...) iba tramándose como una red y daba la impresión de unirnos en la amigable tarde del domingo”.
No obstante, la rivalidad es el motor de estos encuentros que en muchas ocasiones reciben el calificativo de épicos, por épica, palabra de origen griego que significa hecho, hazaña. El tema central de ese género dominante durante la Edad Media es la guerra, relacionada con la construcción de la nacionalidad. En el héroe épico se reconoce la comunidad que busca constituirse como nación. Desde esta perspectiva, el paralelismo resulta obvio y es fácil comprender porqué los mundiales concitan tanto interés. Aún en los más indiferentes funciona la idea de que cada individuo se reconoce en ciertos valores simbólicos, en la pertenencia a un grupo y en la idealización de un modelo “heroico”. Con su particular estilo, Martínez Estrada analiza la concentración pulsional que se configura en una cancha, “en la pasión que hierve en los estadios de fútbol, están en combustión todas las fuerzas íntegras de la personalidad: religión, nacionalidad, sangre, enconos, política, represalias, anhelos de éxito frustrados, amores, odios y todo en los límites del delirio, en fundida masa ardiente. Los jugadores van liberando, exacerbando, sofocando esos líquidos ígneos como si maniobraran en cauces con diques y fosos en que ese raudal toma forma. (...) La insignia adquiere la importancia de un lábaro; la lucha es del carácter religioso de las cruzadas, (...) las figuras más destacadas o el team entero cobra los valores de ícono: cuando atemperados los ardores de la pasión encendida, la idolatría se contiene en los límites del fervor y la devoción”.
Hasta las mujeres, marginadas o aisladas por propia voluntad de este circuito viril, nos apropiamos del mundial, de la misma manera que el personaje de “El mundo es de los inocentes” de Luisa Valenzuela, aunque, haya que “...preguntar sin ser pesada (...) por qué se decreta un penal, cuantos jugadores tiene que haber en el área chica para que valga el gol. Esos misterios”. Y si la copa “está legítimamente en manos argentinas (...) hasta yo me contagio del entusiasmo y eso que desconfío de las pasiones deportivas, que como ya sabemos nos distraen de las otras ...” Será porque, tal como dice la narradora , “...es sabido que al argentino más que la realidad lo mueve la expresión de deseo, la ilusión de un triunfo por remoto que parezca. Todos somos campeones, de alguna manera, de alguna contienda, de alguna apuesta, en algún rincón de nuestra almita (la misma del orsai)“.

Roberto Fontanarrosa (26.11.1944 - 19.07.2007)
Para acercarse a su obra pincha aquí.

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