Una ciudad, Buenos Aires, donde pululan los directores técnicos que trabajan de otra cosa, se redime hablando de fútbol sin percatarse acaso de los pormenores que convierten a los entrenadores en obsesivos: la importancia de no dar por terminado el partido antes de tiempo (ni 40 segundos antes), la importancia de no perder la pelota en el medio campo, la importancia de mover rápido en un tiro libre o la importancia de tener al mejor.
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