Los grandes supermercados venían a modernizar el sistema de compra-venta y el autoservicio se ofreció como un gran servicio al cliente, una nueva modalidad que rebalsaba de ventajas para el vecino comprador, entre ellas, la ganancia de tiempo como cualidad príncipe tras ofertas y bajos precios que nadie podría igualar y la facilidad de tomar lo que uno quisiera comprar.
Entonces pareció que caminar por enormes salones y tomar de las góndolas lo que uno quisiese rozaba el divertimento y hasta una salida familiar.
Al poco tiempo descubrimos que los precios dejaron de bajar, que el personal a quien preguntarle sobre las virtudes de los productos envasados estaba ausente, que la fila de cajas dejó de funcionar a pleno y que, entonces, los precios y los tiempos en las colas de pago excedían de sobra a la menor fila y menor precio de los almacenes que ya habían desaparecido. Descubrimos demasiado tarde que, sin lugar donde escapar, quedamos conminados a caminar como pavos de chacra por enormes galpones, padecer colas desmesuradas, embolsar nuestros productos, no tener a quien quejarse y pasar por ojos electrónicos cual delincuente disfrazado.
Porque, de algún modo, todo el personal ahorrado en base al trabajo del propio consumidor que camina, se sirve, espera, paga y se embolsa, tuvieron que ponerlo en seguridad (uniformada y camuflada) porque el consumidor empezó a considerar que merecía llevarse premios bajo las ropas por el trabajo que estaba haciendo para el supermercado.
2
No fue novedad pero llegó con aires a renovar el aire del fast food. La cadena de casas de comida rápida identificada con el payasito sin gracia llegó para quedarse y eliminar de la faz porteña al simpático hipopótamo de Pumper Nic.
Entonces tendríamos rica y barata comida en cuestión de minutos y ya no teníamos que lidiar con mozos despistados y acreedores de propina. Uno entraba, pedía a su gusto y en instantes elegía la mesa donde degustar las delicias del chef.
Al poco tiempo descubrimos que el personal de limpieza brilla por su ausencia (encontramos las mesas con los desechos del comensal anterior y los baños en estados lamentables), que la rapidez de la cocina no es aquella inicial, las colas en las cajas de pago son incomensurables, las bandejas vienen engrasadas y los precios exceden en largo a una buena comida.
3
Llegó como la versión argentina del diario deportivo que existía en algunos países de Europa. La novedad de poder enterarse, todos los días, de las vicisitudes cotidianas del fútbol profesional (entrenamientos, entretelones, lesiones, rumores, opiniones, etc.) no dejó de hacer ruido. Bajo la sorpresa de asumir que el fútbol daría material para una publicación diaria creció y creció sin competencia hasta lograr instalarse definitivamente para darnos un ejemplar servicio de comunicación.
Pero al poco tiempo y a la par de su aumento de precio, fuimos descubriendo que la calidad de sus textos se empobrecía, las noticias no siempre eran noticias y las tendencias de la empresa productora no se disimulaban en los contenidos.
4
Y un día, el 12 de mayo de 2009, el diario deportivo publicó una tapa en letras catástrofe sobre una noticia totalmente falsa y con derivaciones inventadas.
Entonces, después de las risas que taparon los intentos de explicación y las exposiciones ridículas, salieron, en el mismo periódico, a informar sobre lo sucedido con un paradigmático estilo de confusa manipulación.
“No existió el trapo con la leyenda contra la dirigencia de River. Fue un truco de un internauta que engañó a Olé” (Leo Farinella en tapa Olé del miércoles 13).
Aclaremos que el internauta mencionado es Facundo de 23 años que hizo el retoque fotográfico para usarlo como avatar en el foro riverplatense que visita cotidianamente y que por lo tanto la afirmación “Fue un truco de un internauta que engañó a Olé” es tan falsa como la noticia falsa que intenta justificar.
Entonces Farinella mismo se encarga de asimilar la falsedad anterior tirando la acusación del engaño no ya al internauta sino a sus “fuentes”...
“Creímos en quienes nos dijeron que habían visto la bandera colgada en la tribuna, pero nuestras fuentes no tenían la fuerza suficiente o en realidad son muy imaginativas... hicimos mal nuestro trabajo, fuimos engañados...”
Pero la máxima es la opinión de Marcelo Franco sobre el mismo tema, publicada en el mismo diario, a solo centímetros de distancia de las afirmaciones anteriores:
“Que alguien con mínimas habilidades para el retoque fotográfico y suficiente imaginación para inventar una frase creíble pueda engañar durante 24 horas a toda una comunidad informativa es algo que, por lo menos, congela el aliento” - dice Marcelo Franco - “Ahora sorprende y asusta la novedad de recibir carne podrida por el costado menos esperable, el de un miembro de la propia audiencia”.
Esta última queja de Olé, merecedora de aplausos, equivaldría a una queja del hipermercado por la ingratitud de los clientes tan bien atendidos que devuelven gentilezas robando mercadería o a una queja del fast food por la ingratitud de los clientes tan bien atendidos que no quitan sus propios desechos de las mesas que desocupan.
Y merece aplausos, fervientes aplausos, porque Carrefour, Mc Donalds y Olé deben saber que el trabajo que les corresponde hacer y por el que cobran dinero de los clientes, deben hacerlo ellos y no el consumidor que los sostiene pagando por sus productos y servicios.
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