Friday, April 24, 2009

La decadencia de Ríver


Simeone, el doctor traidor.

A la luz de la perspectiva que da el breve lapso transcurrido, el campeonato que logró Diego Simeone con Ríver hace apenas meses cobra un valor tan insospechado como paradójico. Porque corta una racha de 13 torneos sin títulos y porque agravó los males que llevaron a descubrir que Ríver no deja de tocar un fondo que cada vez está más abajo, que aquella racha interrumpida no es sino un tobogán demasiado empinado para el vértigo de sus hinchas.

Simeone viene así a constituirse en el doctor que sacó al enfermo del hospital. Bien sabemos que el prestigio social ganado por la medicina se debe a que los médicos curan. Pero como reverso de la moneda hay que decir que la medicina es crónicamente experimental y evolutiva y que, por ende, los médicos también matan.

En un tiempo (siglos XVII, XVIII) los hospitales no eran lugares de paso. No existía el concepto de “alta” en el sentido de “curado” o “repuesto”. Epidemias y enfermedades tan incurables como contagiosas hicieron del hospital una institución de encierro y reclusión. Quién entraba a un hospital entonces no volvía a salir sino dentro de un cajón cerrado.

Y apareció Simeone, que en medio de su experimentación medicinal, sacó al enfermo a pasear, a ver la luz del sol, el verde del césped y las burbujas de los festejos (campeón). Cosechó aplausos el doctor Simeone: se vio una notable mejoría en su paciente a partir de una importante inyección anímica. Por eso dejaron de proporcionarle los analgésicos ( y Ríver creyó que estaba curado).

Sin embargo el tiempo demostró que la acción de Simeone no fue mas que un breve oasis en la agonía para constatar que las enfermedades más temerarias son aquellas que pueden esconder los síntomas.

La falta de jerarquía es rotunda.

Es indispensable que un punta sepa jugar de primera o tenga remate de media distancia, o tenga un pique corto distintivo o una potencia desigual o algún factor desarrollado de desequilibrio entre sus variantes. Falcao no tiene nada de eso. Falcao sólo tiene una tozuda voluntad que complica el trabajo de sus marcadores.

Fabbiani salvador de Ríver, tomando la posta de un Abreu que tomó la posta de Buonanotte.

Ríver se convirtió en un cementerio de figuritas difíciles (Ortega borracho, Gallardo sin piernas, Fabbiani gordo).

El arquero Vega, de arengas que no se cree ni él, copiando los gestos de los arqueros, porque no hay arquero que se precie de tal si no sale aplaudiendo a los gritos después de una entrada peligrosa del rival.

Este "momento de Ríver" pasó a ser esta "época de Ríver".

Medimos a Ríver y se dice que ni la dirigencia ni la dirección deportiva ni el plantel profesional están a la altura de las circunstancias. Pero ¿cuáles son “las circunstancias”?

¿Una copa Libertadores adulterada con equipos no campeones? ¿Un torneo local empobrecido y físico de irregularidad imperecedera? ¿Una situación económica en default?

Para decir que Ríver está en uno de los peores sino el peor de sus momentos deportivos e institucionales es imprescindible el rango comparativo, el contraste o el paralelo con algo. Y ese algo puede ser externo: su rival (Boca), su performance americana (Copa Libertadores), su performance local (Apertura – Clausura). O interno: en más certera y cruda medida, la comparación con Ríver mismo, volviendo por los pasillos del tiempo hacia su historia.

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