En la noche del 11 de junio de 1978, el aeropuerto – hoy llamado Malvinas Argentinas – es tomado por las fuerzas de seguridad: la selección argentina arriba a Rosario. Faltan dos jugadores: Leopoldo Luque asiste en Santa Fe a la inhumación de su hermano y Oscar Ortiz, en Buenos Aires, a la de su suegra. Suben al micro Mercedes que sale a paso de hombre rodeado de hinchas y llega, poco antes de la diez de la noche, a la concentración de la ciudad deportiva de Rosario Central – base de la selección mexicana durante la primera fase -, en la localidad de Granadero Baigorria, a 11 kilómetros del estadio (Rosario Central), pagos adoptivos de Mario Kempes y cuna de Cesar Luis Menotti.
El gigante de Arroyito – estadio Lisandro de la Torre – había sido remodelado para la ocasión mundialista pero no esperaba recibir a la selección argentina. La remodelación, a cargo del Ente Autárquico Mundial 78, costó u$s 13.876.916 según figura en la empresa contratada Tecsa S.A. Se convirtió en un estadio con 40.500 capacidades con estacionamiento para automóviles, 7115 m2 de áreas de servicio para deportistas, prensa y autoridades.
El palco oficial tiene forma de U invertida y se encuentra solo en la tribuna que da a la calle Juan B. Justo, enfrente de la tribuna que linda con la calle Juan Cordiviola donde se levanta el resto de plateas preferenciales para invitados y periodistas. Lógicamente el proyecto original contemplaba un solo sector unificado de palcos. Pero en plena remodelación, un pedido militar varió la construcción y separó el sector aceptando el pedido de seguridad bajo el argumento que desde la calle Juan B. Justo – calle de casas bajas que termina en la mitad del estadio – “podrían hacer base los terroristas y atacar a los palcos”.
La remodelación incluyó obras de instalación eléctrica, corrientes débiles, calefacción, instalación sanitaria y gas e iluminación del campo de juego, energía de emergencia y sistema de pararrayos.
Una de las torres de iluminación – la que está en la esquina de la calle Génova – requirió excavaciones de unos 25 metros de profundidad para la construcción de las bases (no olvidemos que el estadio linda con el río Paraná).
En el invierno de 1977, cuando ya estaba hecho el pozo, llegó una orden que impidió a los obreros continuar con las obras durante unos días. Vecinos de la zona notaron que en ese lapso camiones volcadores frecuentaron el lugar y la atención fue llamada porque lo hacían en horas inusuales, antes del amanecer y se descargaban bolsas y montículos cuidadosamente cubiertas. Cuenta la leyenda que debajo de esa torre hay enterrados detenidos – desaparecidos.
Mario Kempes se quitó el bigote que “no lo había dejado jugar bien durante la primera fase”; Roberto Saporiti, algunos muchachos y hasta Menotti se lo aconsejaron. Y así fue: el partido consagratorio del Matador. Figura estelar – junto a Fillol – arrolló cuanto se le vino enfrente haciendo los dos goles del triunfo sin dejar de atajar, volando en propia valla, un cabezazo de Lato que iba al gol, penal que Fillol le atajara a Deyna.
La Argentina de pantaloncitos blancos venció sin lugar a dudas. Kempes, Fillol y Passarella – como dijera Leopoldo Luque hace pocos días a Alejandro Fantino – eran las estrellas.
Sin embargo, inmediatamente terminado el partido, cierta prensa brasileña empezó a fogonear el triunfo argentino que luego se repetirían para terminar en las conocidas denuncias sobre el partido con Perú. El blanco de ataque: Mario Alberto Kempes. La usina interesada: la red O ´Globo. El locutor lanzó la frase en portugués. “Nuestros periodistas destacados en Argentina por la Copa del Mundo están trabajando sobre una versión de muy buena fuente, que aseguran que habrían dado positivo los análisis de laboratorio realizados tras el partido ante Polonia, al argentino Kempes”. Sin embargo los designados oficialmente para el control fueron Oscar Ortiz y Miguel Angel Oviedo.
Coutinho, entrenador brasileño y próximo rival de Argentina, reafirmó su decisión de retrasar al máximo su llegada a Rosario desde Mendoza al oír que el polaco Gmoch apuntó a la presión popular local como factor principal de su derrota. Los diarios brasileños llamaron al Gigante de Arroyito “La caldera del diablo”, publicaron las exigencias del dirigente André Richer de “un camino libre y limpio de papeles, monedas u otros objetos que puedan ser arrojados por los aficionados" y los dichos de Joao Saldanha sobre que los hinchas argentinos “arrojan hasta bolillas por medio de hondazos”.
Pasado el fogoneo brasileño, quince años después (ya en 1993), Wojciech Gmoch, quien fuera entrenador de la selección polaca durante el Mundial y se quejara de que “no estamos acostumbrados a jugar en canchas con el público tan cerca de los jugadores”, dio una nota al diario Gazeta Wyborcza para decir que el partido estuvo “arreglado”, que “no fueron los polacos los que vendieron el partido” y que “hay pruebas para demostrarlo”.
Algún matiz que ayuda a entender, 30 años después, la catarata de denuncias sobre cierta ilegitimidad del triunfo argentino. Por su puesto las pruebas del polaco jamás vieron la luz, ningún jugador ni aficionado brasileño salió herido, ni Kempes fue positivo. Eso sí, despuntó, sin bigotes, el mejor jugador del Mundial 78.
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