Casi a tono con el rol preponderante a que están siendo conminados los entrenadores en estos tiempos, con la urgencia de los resultados sobre la disponibilidad de recursos, el periodista, mojando la mente en el fútbol, indaga en la idea de lograr equipos de neta vocación ofensiva. “Si los jugadores realmente quieren ganar el partido deben comprender que el arco que les pertenece no es el que defiende el arquero de su equipo sino el que está amurallado por los once contrarios. Con esa convicción, cada ataque se transforma en un regreso. Meter la pelota en el arco equivale a volver a casa. Éste es el conflicto: unos quieren volver y otros, confabulados y rabiosos, tratan de impedirlo. Siguiendo esta idea, al encabezar un ataque, cualquier delantero podría viajar hacia el arco con la convicción de Ulises en su regreso a Ítaca. El deseo de volver es una fuerza poderosa. Lo sabía Homero y lo cantó Gardel en versos de Le Pera.”
Pocas dudas pueden quedar de que se trata del pensamiento de un escritor, de quien se detiene ante el fútbol, de alguna cana, años recorridos y no pocas horas de vuelo. Brevemente y en honor a nuestro protagonista diremos que descubrimos a priori el sello extranjero de la idea, una particular metáfora que representa simultáneamente, en dosis desiguales, la inquietud y el descontento asumiendo el rol positivo de la propuesta superadora del diagnóstico.
¿Qué transeúnte de nuestro fútbol, sea o no escritor, incluso entrenador, hubiera despachado una idea cuanto menos aproximada y aplicada a nuestros actores de la pelota: un estrato de jugadores cuyo promedio de edad baja de torneo a torneo, cuya experiencia emigrante suele no exceder el viaje desde el pago al club en busca del progreso por el sendero que se ha propuesto y que, expatriado, sólo regresa a casa de espaldas a la fortuna si no cubre las expectativas?
En efecto, la idea fue comentada por Manuel Vicent, escritor y periodista español que actualmente publica para El País.
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