En la costanera Norte de nuestra querida ciudad de Buenos Aires, a pasos del Estadio “Monumental” de Ríver Plate se levanta Tierra Santa, un parque temático surgido hace unos años, cuando la palabra “temático” se introdujo mágicamente en los cálculos comerciales referidos al consumo público. Entonces surgieron bares temáticos, restaurantes temáticos, peluquerías temáticas, parques temáticos. El caso de Tierra Santa es algo particular. Vendido ampulosamente como “el primer parque temático religioso del mundo” se trata de una mini réplica de la ciudad de Jerusalén donde puede entrarse en una (réplica) de capilla cristina, poniéndose un kipá en una (réplica) de sinagoga, quitándose el calzado en una (réplica) de mezquita o en una (réplica) de la mismísima última cena donde Jesús nos mira mientras bendice el vino.
No deja de sorprenderme. He visitado el parque (recomiendo fervientemente los shawarma que saben preparar en los pequeños restaurantes temáticos) y decía, no deja de sorprenderme, la ambigüedad de las fronteras. ¿A qué refiero? A que se trata de un parque, disfrutable a manera de paseo, ocio o tranquila diversión pero al que no dejan de imprimirle una remanida aura sagrada. Entonces se celebran misas, se venden cirios, se reza y hasta se guarda silencio sepulcral en los distintos (réplicas) de templos. Todos sabemos que se trata de una gran simulación y sin embargo la frontera religión – diversión nunca termina de esclarecerse. Así, cuando llegamos al (réplica) del muro de los lamentos podemos encontrar en las juntas de sus (réplicas de) grandes ladrillos cientos de papeles comprimidos que rezan terminantes, sentidas ( y alarmantes) súplicas como las de dinero, salud y otras tantas añoranzas. Así el parque se vive en la terrible idea del COMO SI (fuera real).
Esa ambigüedad, esa frontera borrosa entre religión – diversión que también suele comentarse al hablar del binomio razón – sentimiento me trajo al fútbol. Más precisamente al hincha de fútbol. Rara vez el hincha dice: «hoy juega mi club». Más bien dice: «Hoy jugamos nosotros». Porque el hincha sigue hablando como lo hacía antaño, cuando el club no era más que la sumatoria organizada de socios que identificaba una comunidad y que dirigía sus actos en función de la voluntad mayoritaria; el hincha sigue hablando con un sentido de pertenencia tal como si los años no hubiesen pasado, COMO SI (fuera real) el club les perteneciera.
A la luz de las nuevas normas que (“por seguridad”) conminan a los clubes argentinos de 1º división a construir gradas con butacas en las cabeceras de los estadios mediante la coercitiva sanción (económica) de restringir al 50% las localidades visitantes es bueno volver sobre el hincha.
"Flamean las banderas, suenan las matracas, los cohetes, los tambores, llueven las serpientes y el papel picado; la ciudad desaparece, la rutina se olvida, sólo existe el templo. En este espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos exibe a sus divinidades. Aunque el hincha puede contemplar el milagro, más cómodamente, en la pantalla de la tele, prefiere emprender la peregrinación hacia este lugar donde puede ver en carne y hueso a sus ángeles, batiéndose a duelo contra los demonios de turno"*.
Tifosi en Italia, supporter en Francia, torcedor en Brasil, hincha en España, Argentina y Uruguay. El término hincha fue aplicado por primera vez en Montevideo a Prudencio Reyes, talabartero uruguayo, encargado de “hinchar” la pelota de su club preferido, Nacional de Montevideo, al que alentaba con gritos durante el partido. De Uruguay el término pasó a Argentina y luego a España.
A la luz de las nuevas normas que (“por seguridad”) conminan a los clubes argentinos de 1º división a construir gradas con butacas en las cabeceras de los estadios mediante la coercitiva sanción (económica) de restringir al 50% las localidades visitantes es bueno volver sobre el hincha.
"Flamean las banderas, suenan las matracas, los cohetes, los tambores, llueven las serpientes y el papel picado; la ciudad desaparece, la rutina se olvida, sólo existe el templo. En este espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos exibe a sus divinidades. Aunque el hincha puede contemplar el milagro, más cómodamente, en la pantalla de la tele, prefiere emprender la peregrinación hacia este lugar donde puede ver en carne y hueso a sus ángeles, batiéndose a duelo contra los demonios de turno"*.
Tifosi en Italia, supporter en Francia, torcedor en Brasil, hincha en España, Argentina y Uruguay. El término hincha fue aplicado por primera vez en Montevideo a Prudencio Reyes, talabartero uruguayo, encargado de “hinchar” la pelota de su club preferido, Nacional de Montevideo, al que alentaba con gritos durante el partido. De Uruguay el término pasó a Argentina y luego a España.
El hincha es también ligado a la vieja idea de barrabrava y acaso aquí la frontera tampoco esté del todo clara, pues quien va a la cancha sabe que la convivencia es inevitable. Hooligans en Inglaterra, ultras en España, teppisti en Italia, barrabravas en Argentina. Fanáticos que consagran su vida y a la vez viven del club armados y organizados para provocar tumultos, agredir y hasta matar adversarios, y siempre listos para la amenaza, la intimidación y el apriete a técnicos, jugadores y dirigentes. Siempre ligados a la dirigencia, estos grupos, justificadamente denostados en todos los medios desde hace años y en torno a los cuales giran estas nuevas normativas de coerción económica constituyen hoy, en la actualidad de los clubes de fútbol, la única (y relativa) fuerza contestataria contra las arbitrariedades y los desfalcos de los dirigentes, fuerza que antes constituía la sumatoria organizada de socios representados.
"Bien sabe este jugador número doce que es él quién sopla los vientos de fervor que empujan la pelota cuando ella se duerme, como bien saben los otros once jugadores que jugar sin hinchada es como bailar sin música".*
* CITAS DE EDUARDO GALEANO, "FUTBOL A SOL Y SOMBRA".
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