Para explicar lo que una persona siente, en caso de ser dócil con la palabra, se hace más sencillo que te comprendan los que te rodean. Sin embargo, pese a esta facilidad siempre es complicado hacer llegar a los demás el apasionamiento, el dolor y las incomprensibles sensaciones que un corazón llega a experimentar cuando algo que siente como suyo sufre sin poder hacer otra cosa que apoyarle. Así es como me siento con la Academia.
No soy argentino, ni tampoco nadie de mi familia. Soy un amante del fútbol del sur de España, de Málaga en concreto, una ciudad de sangre caliente cuya única vinculación posible con la Acadé son los colores blanquiazules del club de mi tierra y el de Avellaneda, amén de la extensísima colonia de argentinos. Pero nada de ello ha influido para que un día, al ver a ese equipo que viste como la albiceleste, me decidiese a entregarme a ellos con todas las consecuencias.
Leyeron bien, todas las consecuencias, lo que implica no pasar un fin de semana sin intentar ver el partido a pesar de la diferencia de kilómetros y horas, sufrir hasta altas horas de la madrugada e incluso no salir a veces con mis amigos porque casualmente enfermé un rato antes del partido de Racing.
Pero este amor es desgarrador. Uno no acierta a poder expresar el como ni el porque de este sentimiento en el pecho, porque siento que tengo tatuado en el mismo el glorioso escudo del equipo albiceleste, porque a veces siento que necesito llorar por la impotencia que me invade al ver como la envidiable hinchada que colma el Cilindro hincha con todo y los chicos, pese a que ponen todo lo que tienen por el equipo, no son capaces de sacar adelante la situación.
Y es que esa hinchada es el mayor activo de Racing, lo que de verdad los convierte en campeones cada partido que juegan, y lo que debe arrastrar a los jugadores a sentirse como titanes, pues un pueblo, un sentimiento arraigado en lo más profundo del alma de cada académico esparcido por el mundo, los acompaña en esos 90 minutos que disputan cada fin de semana a vida o muerte, pues la desgraciada realidad de nuestra institución está en pelear por salvar una categoría que jamás debemos perder pese a que nuestros dirigentes no tengan el nivel ni el honor necesarios para encabezarla.
Nos quedan 7 finales, algunas ante rivales directos y otras ante los enemigos clásicos de siempre. Mes y medio de agonía que deben implicar victorias en todos los choques, como mandan los cánones de los grandes, pero no el difícil presente de la Academia. Sin embargo, desde el sur de España, desde lo más profundo de Siberia, desde el norte de Canadá o desde el corazón de África, más todos los miles de hinchas repartidos por la inmensidad argentina y el resto del mundo, todos hincharemos con todas nuestras fuerzas para sacar esto adelante. Dios quiera que así sea, y que la próxima vez que deba escribir o hablar de Racing Club no sea para llenarme el pecho con el orgullo de su historia, sino con un presente más halagüeño y grande acorde a lo que siempre ha sido esta gran institución.
Desde aquí quisiera agradecer al amigo Calígula y sus compañeros la oportunidad que me han brindado para expresarme en su gran e incomparable espacio, referencia donde las haya de calidad inobjetable. Un abrazo a todos, espero que les guste el texto.
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