No soy de Racing, tampoco de River, ni de Boca, no me identifico con Independiente ni soy simpatizante de San Lorenzo o cualquier otro club. Soy del jugador o del equipo que me aporte una gambeta inolvidable, una asistencia magistral o un gol para enmarcar. No tener colores al otro lado del charco me permite disfrutar sin sufrimientos, al mismo tiempo que ir cambiando de camiseta con tanta frecuencia como en la vida real.
Si me piden, como es el caso, que transmita mi universo personal sobre el fútbol argentino, éste sería, en primer lugar, una sucesión fugaz en mi memoria de todas las acciones aisladas mencionadas en el primer párrafo, las cuales –en distintas épocas- encontraron acomodo en mi selectivo álbum de imágenes mentales.
Me hubiese encantado ser el 10 de un buen plantel, he cumplido mi sueño de ser periodista deportivo y durante toda mi vida seré un aficionado (apasionado) al deporte rey. En cada uno de estos ámbitos, para mí, el fútbol argentino, el del país del enganche (mi posición favorita), es la mezcla perfecta de clase y carácter sobre el césped a un ritmo pausado que facilita la recreación; es pasión –en ocasiones desmedida- en las gradas; y es el lujo en las narraciones. Me detengo en este último punto porque me encantan los apodos, el grito de ‘Goool’ exageradamente prolongado, la intensidad con la que se suceden las palabras…. lo que engrandece más si cabe todo lo que en mi mente supone el universo del fútbol argentino.
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