Hubo dos días argentinos en que no necesitamos la palabra: el título de 1986 y las piernas cortadas de 1994. Entonces en Buenos Aires salir a la calle era como entrar a un living de alto techo celeste.
El primero de los días hubo pitos y matracas; uno entraba y de pronto se encontraba en un tren de carnaval y sin preguntar quien iba adelante o quien venía por detrás se dejaba llevar.
El segundo día, 8 años después, fue el murmullo de un velorio; uno entraba al living después de los titulares catástrofe y sentía el aire espeso que opacaba los grises de aquel invierno.
En ambos sobraron las palabras: arrolladas por las cornetas o por el silencio, se tradujeron en un estado de ánimo colectivo que como un virus indescifrable penetró en los rincones de una sociedad.
La algarabía del 86, a poco de estrenar la más esperada democracia argentina de la historia, descubrió que atrás de la espontaneidad había un pueblo que se sorprendió a sí mismo. Dicen que cuando uno recuerda las bondades de un sitio donde estuvo desea volver menos por el lugar que por los momentos allí vividos. Los publicistas tomaron nota y desde aquel 86, en cada cita mundialista, convierten a Buenos Aires en un set de cine para después torturarnos y someternos a revulsivos festejos virtuales sobre canciones pegadizas, coros multitudinarios, lluvias de papelitos mixturados con las pobres performances de nuestra selección, pretendiendo contagiar desde la televisión el espíritu festivo que alguna vez supo inundar las calles espontáneamente.
La pesadumbre del 94 retrajo la soga de la felicidad, recordó brutalmente la finitud del hecho humano y pudo ser la mañana resacada de la noche iluminada. El menemismo terminaba de abrochar sus últimas operaciones, entregaba la caja de jubilaciones y se preparaba para la reelección, mientras el estado argentino terminaba de vaciarse y las ventanas del barrio empezaban a enrejarse. Diego había vuelto de donde pocos vuelven, de su mano Argentina iba para finalista por tercera vez consecutiva, Grecia, Nigeria, pero... . Entonces aquellas empresas que buscan publicistas le rescindieron contratos y quitaron su imagen de las campañas y Argentina nunca más volvió a figurar en un mundial.
Hoy es el tercer día (un miércoles 18 años después). La vida de Diego vuelve a conjugarse en tiempo real con el latir colectivo de Buenos Aires, su cara se multiplica en millones de caras, sus tonos en millones de tonos, su ansiedad en millones de expectativas. Pero hoy todo es distinto. Tan distinto como Diego, como yo, como vos, como el mundo, el país, el fútbol y los jugadores de fútbol. Hoy el estado argentino intenta recuperar la caja de jubilaciones en un mundo capitalista que vuelve a hacer crack, Menem afronta juicios por corrupción y Messi, que no vio el gol a los ingleses sino por vídeo, gana decenas de millones de dólares en Europa. Hoy todo es distinto; bien lo sabe Basile. Hoy sabemos que hay una gama en el horizonte y que los genios no son transeúntes del medio tono. Por eso quizá hoy en el living de Buenos Aires que supo vestirse de fiesta y de luto, donde vuelven a cruzarse las miradas, hoy en este living lo que sobra son las palabras, y esa es la mayor de las diferencias. En cada argentino que fuera seleccionador hoy hubo un elector que – mayoritariamente - desaprueba, argumenta y pronostica la jugada de Grondona pero que unánime (como en el 86 y en el 94) no puede escapar de un halo nostálgico, una breve visita a aquellos días, una foto, un instante que, sin decir como, dice que los milagros son posibles.
El primero de los días hubo pitos y matracas; uno entraba y de pronto se encontraba en un tren de carnaval y sin preguntar quien iba adelante o quien venía por detrás se dejaba llevar.
El segundo día, 8 años después, fue el murmullo de un velorio; uno entraba al living después de los titulares catástrofe y sentía el aire espeso que opacaba los grises de aquel invierno.
En ambos sobraron las palabras: arrolladas por las cornetas o por el silencio, se tradujeron en un estado de ánimo colectivo que como un virus indescifrable penetró en los rincones de una sociedad.
La algarabía del 86, a poco de estrenar la más esperada democracia argentina de la historia, descubrió que atrás de la espontaneidad había un pueblo que se sorprendió a sí mismo. Dicen que cuando uno recuerda las bondades de un sitio donde estuvo desea volver menos por el lugar que por los momentos allí vividos. Los publicistas tomaron nota y desde aquel 86, en cada cita mundialista, convierten a Buenos Aires en un set de cine para después torturarnos y someternos a revulsivos festejos virtuales sobre canciones pegadizas, coros multitudinarios, lluvias de papelitos mixturados con las pobres performances de nuestra selección, pretendiendo contagiar desde la televisión el espíritu festivo que alguna vez supo inundar las calles espontáneamente.
La pesadumbre del 94 retrajo la soga de la felicidad, recordó brutalmente la finitud del hecho humano y pudo ser la mañana resacada de la noche iluminada. El menemismo terminaba de abrochar sus últimas operaciones, entregaba la caja de jubilaciones y se preparaba para la reelección, mientras el estado argentino terminaba de vaciarse y las ventanas del barrio empezaban a enrejarse. Diego había vuelto de donde pocos vuelven, de su mano Argentina iba para finalista por tercera vez consecutiva, Grecia, Nigeria, pero... . Entonces aquellas empresas que buscan publicistas le rescindieron contratos y quitaron su imagen de las campañas y Argentina nunca más volvió a figurar en un mundial.
Hoy es el tercer día (un miércoles 18 años después). La vida de Diego vuelve a conjugarse en tiempo real con el latir colectivo de Buenos Aires, su cara se multiplica en millones de caras, sus tonos en millones de tonos, su ansiedad en millones de expectativas. Pero hoy todo es distinto. Tan distinto como Diego, como yo, como vos, como el mundo, el país, el fútbol y los jugadores de fútbol. Hoy el estado argentino intenta recuperar la caja de jubilaciones en un mundo capitalista que vuelve a hacer crack, Menem afronta juicios por corrupción y Messi, que no vio el gol a los ingleses sino por vídeo, gana decenas de millones de dólares en Europa. Hoy todo es distinto; bien lo sabe Basile. Hoy sabemos que hay una gama en el horizonte y que los genios no son transeúntes del medio tono. Por eso quizá hoy en el living de Buenos Aires que supo vestirse de fiesta y de luto, donde vuelven a cruzarse las miradas, hoy en este living lo que sobra son las palabras, y esa es la mayor de las diferencias. En cada argentino que fuera seleccionador hoy hubo un elector que – mayoritariamente - desaprueba, argumenta y pronostica la jugada de Grondona pero que unánime (como en el 86 y en el 94) no puede escapar de un halo nostálgico, una breve visita a aquellos días, una foto, un instante que, sin decir como, dice que los milagros son posibles.
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