Acaso las mayores similitudes entre Rodrigo Palacio y Javier Saviola haya que buscarlas en el signo temperamental. Tímidos, introvertidos, cultivadores o cautivos del perfil bajo y ajenos a las estridencias apuestan puramente a sus condiciones futbolísticas para encaminarse y progresar en un ámbito donde las cosas no siempre son lo que parecen. Y cabe también la tan analizada palabra “progreso” en el cúmulo de semejanzas entre ambas rutas deportivas. Porque a la edad en que el jugador ya está maduro y sobretodo las estrellas consolidadas (26), ellos parecen conminados y continúan rindiendo exámenes de resultados dispares.
Rinde examen quien tiene sobre sí el ojo escrutador. Y tiene sobre el ojo sobre sí quién supo llamar su atención despuntando probabilidades a través de las condiciones demostradas. El nervio óptico del ojo escrutador en cuestión es la renta. Por ende sus parámetros no están exentos de la (llamémosle) ansiedad que puede poner al observador anteojos de colores que exaltan los brillos y retienen los destellos; porque más vale comprar los pichones antes de que salgan del nido y se los lleve otro, los billetes que no vienen más que a evitar lamentos futuros.
Por contextura física y características de juego (o viceversa), ni Saviola ni Palacio son centrodelanteros y sin embargo están cautivos, según cierta visión mercantil, bajo la regla y sombra del gol y esa presión – temeraria presión – es la que, caída en cierto colchón temperamental, acaso erosiona una carrera, aquel progreso deportivo.
A pesar de su misma edad las cronologías de sus carreras parecen oponerse como si se situaran en ambas tangentes de la misma rueda porque mientras el conejo está terminando su fallido ciclo en los grandes españoles, Rodrigo está (siempre) a punto de emigrar y su potencialidad europea se mantiene intacta.
Suponiendo la inminente partida de Palacio, separan el viaje de ambos unos siete años, plazo en el que los compradores han ganado en cautela y los cotizadotes argentinos en exportaciones. El pase de Saviola fue adquirido, después de una larga novela, apenas terminado su excelente mundial juvenil del 2001 y se fue con el botín de oro bajo el brazo. Palacio viene siendo observado, según los medios por Juventus, Barcelona, Arsenal, Chelsea, Lazio, San Lorenzo y Olympique de Lyon.
Jugadores livianos, frágiles, encaradotes, rápidos y astutos. Pero a los que se le pide punch, peso y carácter. Saviola es pícaro y sagaz. Palacio elabora la jugada. Saviola puede robar de puntín entre dos torres. Palacio desarma un lateral defensivo. Pero no llegan a definir aunque cuenten con considerables caudales de gol. Y esta presión mercantil que irremediablemente se infiltra hasta en el más íntimo entorno en el hereje nombre del gol inclina a los pibes hacia un lugar que acaso no sea el de ellos, hacia un horizonte que no sienten, quizá mirando a un Batistuta cuando debieran mirar videos de Caniggia o de Valdano. Porque si algo se vio en sendos juegos - y se los vio errar en situaciones determinantes - es que están, sí, para abrir y desbordar el frente de ataque, para asistir y sorprender, para arrancar, picar, marcar el pase y devolver, para ubicarse estratégicamente.
Y el entrenador se encuentra entre los brazos de una pinza. Porque ¿cuál sino es el trabajo de un entrenador que lograr el mejor rendimiento de cada jugador para un conjunto en alza que, a su vez, retroalimente la individualidad? Pero también ¿cuál sino es el trabajo de un entrenador que cotizar el plantel?
No queda espacio, no hay brecha entre uno y otro encuadre. Sólo termina de resolver la situación el temperamento y la personalidad del jugador.
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