(Simeone, antes de un ARgentina - Uruguay)
Hablar del jugador y hombre de fútbol excede siempre la coyuntura. Aunque el momento sean los requerimientos y ofertas de Ríver, Boca, Vélez y la misma selección argentina. Sabemos como es el entorno del fútbol, hoy Simeone está en otra cresta de ola y mirando en retrospectiva, muy pocas veces se lo encontró sumergido. No sólo porque su carácter no se lo permite sino porque su trayectoria es un regadero de triunfos y reconocimientos.
En su otoño madrileño (2004) decía "¿Si terminaría mi carrera en la Argentina? Sí, claro. Como todo hincha que sueña, me gustaría hacerlo en Racing, el club de mis amores". Y el Gigante de Arroyito (Rosario Central) vio al Cholo gritando su gol en Rácing, fue en el diciembre de 2004, días antes de su retiro. En su otoño futbolístico deslumbró en la Academia: no es que Rácing fuera una aplanadora ni campeonara; la presencia de Simeone era una carga que los rivales debían planear y soportar. Con 35 años y cientos de batallas cumplidas, le sobraba para elevarse visiblemente sobre el resto y calibrar el tiempo de los partidos. Si bien es cierto que el fútbol argentino está deprimido, también lo es que el conocimiento y la experiencia del Cholo (700 partidos) supieron imprimirle a su juego una velocidad, sincronización y precisión inauditas en el fútbol local. Terminó jugando de volante central, donde Marcelo Bielsa lo probara ante no poco asombro y no menos críticas (habiendo cincos por qué inventar uno), de manera de condensar en un solo puesto quite, distribución, despliegue, presencia y estado anímico. Con menos vértigo, la 5 de Rácing, la cinta de capitán y el título de caudillo, distribuyó el juego de manera sorprendente, con pases de primera, verticales, largos, profundos y habilitantes. Salía de la cancha a enfrentar al cúmulo de periodistas para empujar a los chicos veinteañeros que lo seguían en el plantel: "Estos partidos me hacen sentir orgulloso de jugar al fútbol. Ver como los muchachos jugaban, se tiraban, se mataban... Me voy muy contento pero todavía falta mucho, hay que seguir trabajando como hasta ahora" decía después de romperla en Rosario. . "Es muy importante por su experiencia y por todo lo que le transmite al grupo. Tenerlo de nuestro lado es una ventaja grande que debemos aprovechar", decían los pibes.
“El sueño de terminar mi carrera en ese club lo confesé a los 18 años. Y lo cumplí”. Su foto en el carné de socio nº 77.505 lo acredita: "Yo venía a la cancha a pedir autógrafos y a ver a la hinchada. Mi viejo se enojaba porque al final ni miraba el partido".
El viejo que lo llevaba era nada menos que el Cholo Carmelo Simeone. "De chico, una vez le regalaron un fuerte espectacular con soldaditos y el loco se armó una cancha de fútbol, usó a los soldados como si fueran futbolistas". “Personalidad, huevos, pasión. Así se lo veía en la cancha cuando arrancaba. Jugaba acá y allá... los fines de semana íbamos de un lado para el otro en mi auto. Jugaba en un lugar, se cambiaba en el auto y después íbamos para el otro. No se cansaba nunca en el baby".
De Carmelo heredó la garra. Digamos que Carmelo debutó en Vélez, triunfó en Boca y también jugó en la selección junto a Rattín y Marzolini. Que fue un volante defensivo limitado, batallador, comprometido y necesario. Y que si bien supo rechazar la pelota afuera de la Bombonera también rechazó el peligro de su área. El Cholito lo superó ampliamente. Porque a esa garra de sangre la acompañó con juego y con técnica: no olvidemos que, naciendo como nº 8 (también en Vélez) su despliegue, panorama y fervor, lo pasearon por todos los puestos del mediocampo y el de líbero. Porque “le ponés los cortos y se transforma” (Carmelo).
Por su puesto que hubo sin sabores. La manera en que los empresarios que gerencian Rácing le pagaron su actitud fue el último. Apuraron su retiro para que tomara, al partido siguiente, el hierro caliente de la dirección técnica de un equipo que se caía. Lo dirigió con la misma pasión con la que jugaba y cuando encontró el equipo que sumaba victorias consecutivas, un culebrón de empresarios, intrigas y negocios lo dejó afuera. Por su puesto el Cholo no se durmió. Atendió el teléfono, aceptó la propuesta de Estudiantes de La Plata y lo sacó campeón (su primer torneo entero al frente de un plantel). Otros momentos duros fueron el debut europeo (descendido con Pisa); la larga recuperación de aquella lesión en la rodilla, la no convocatoria para el mundial de 1990 (Bilardo) y la relación con César Ferrando en el Atlético Madrid, donde es singular ídolo. Pero no casualmente, tras cada sinsabor hubo picos de triunfos, como si de la derrota hiciera barro de energía.
Empezó a jugar al baby en clubes de barrio (Villa Malcom y Estrella de Oro) y Gimnasia y Esgrima de Vélez Sársfield de donde, a los 9 años, saltó a las inferiores de Vélez (1979) viajando todos los días, de Palermo a Liniers, en el colectivo 34. Un día, Victorio Spinetto, quien manejaba las Inferiores de Vélez, paró una práctica, lo llamó y le dijo: "Usted, pibe, en dos años tiene que jugar en Primera". Recién había cumplido los 15 y ya Victorio lo había bautizado “Cholo” por la garra heredada de Carmelo. Daniel Willington fue el entrenador que, dos años después, cumpliría el pronóstico: el 13 de septiembre de 1987 debutaba contra Gimnasia y Esgrima de La Plata (1-2). Meses después terminaba el bachillerato en el colegio Justo José de Urquiza y decía: "Creo que para jugar al fútbol hay que tener tres cosas: fe, suerte y coraje". "Me gustan los jugadores de mucha personalidad. Una vez adentro de la cancha somos todos iguales. Juego sin miedo, me olvido que sólo tengo 17 años".
Y así era. "Tenía quilombo con los muchachos porque jugaba en los entrenamientos con el corazón en la mano. Y gritaba los goles como en un partido. El tucumano Meza lo frenaba, también Vanemerak. Y el que alguna vez se calentó mucho fue el Turco García porque metía demasiado fuerte. Era una fiera, yo lo quería en mi equipo. Los rivales lo odiaban, todos" (Carmelo).
De Vélez (1987-1990, 82 partidos, 14 goles, “Fue mi casa y el sitio donde me eduqué. Nunca me voy a olvidar de mis orígenes, del lugar donde arranqué. Tengo recuerdos hermosos de aquella época”), emigró a Pisa (1990-1992, 62 partidos, 6 goles; “Viajé a Italia de muy joven, me la jugué. En ese momento no era tan común que los chicos se fueran tan rápido al exterior. Fue el primer paso y tuve que madurar de golpe”) y luego a Sevilla (1992-1994, 64 partidos, 12 goles; “Me di el lujo de compartir la cancha con Diego, en una etapa muy linda de mi vida. Fue mi vidriera y mi salto definitivo para que me viera el resto de los equipos europeos”). Entonces llegó a Madrid para vestir la camiseta del Atlético (1994-1997 y 2003-2004, 146 partidos, 27 goles; “Conocí una ciudad hermosa y la gente se enganchó conmigo. Fue el lugar donde empecé a sentirme un jugador importante, por eso volví”). También supo volver a Italia para protagonizar el fútbol grande en el Inter (1997-1999, 85 partidos, 14 goles; “El mejor club donde estuve, en organización e infraestructura. Un lugar lleno de lujos. Me di el gusto de ganar un torneo muy importante como la UEFA, con amigos como Zanetti”) y en la Lazio (1999-2003, 135 partidos, 18 goles; “Fue el mejor equipo que integré, lleno de estrellas y compatriotas como Almeyda, Verón y el Piojo. Ganamos el segundo Scudetto de su historia y metí goles importantes”).
Fue símbolo de la selección argentina durante 14 años (debutó el 14 de julio de 1988, 4-1 a Australia) y uno de los pocos jugadores en vestir la camiseta en más de 100 partidos (exactamente 106, sólo superado por Roberto Ayala y Javier Zanetti).
"Una vez llegó tardísimo a la AFA para tomar el micro que los llevaba al entrenamiento de una selección juvenil. Hizo dedo y lo acercaron por la autopista hasta donde está el predio que hoy tiene la Selección. Y de ahí se fue corriendo hasta el Sindicato de Empleados de Comercio, unos cuantos kilómetros. No se perdía de ninguna manera un entrenamiento" contó su mujer.
Para terminar rescatemos algo que se da en muy poca gente. Y es que las propias palabras sean el fiel reflejo de los hechos y las actitudes - al menos - en la vida profesional. Las propias palabras del Cholo (en amarillo) son la mejor descripción de lo que fue como jugador de fútbol.
"La vida es ganar cosas. Sin pisar a nadie, pero teniendo como meta ganar".
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