13.04.2011 - Las primeras dos finales mundiales lo tuvieron como protagonista pero entre ellas, en sólo 4 años, pasó agua bajo el puente.
Cuentan que dos agentes secretos italianos, Marco Scaglia y Luciano Benetti, llegaron a Montevideo para la final de 1930 y, pasando por fanáticos uruguayos, colaboraron en la amenazante presión de insultos a los argentinos y, en particular, a Luis Monti.
“Doble ancho” (tal el sobrenombre de Monti), autor del primer gol argentino en mundiales (15.07.1930, 1-0 a Francia), no la pasó bien por aquellos días. Las amenazas de muerte a miembros del equipo y en el caso de Monti a su madre, si ganaban la final, hubieron pesado. También cuentan que durante el entretiempo, cuando Argentina ganaba 1-2, Monti lloró en el vestuario.
Incomprobable pero comentada fue la visita de estos (2) italianos que hubieron tenido dos caminos en su misión: matar a la madre de Monti o llevarlo a jugar a Italia, tales deseos (órdenes) del Duce.
LA MISION
Apoyó ambas palmas sobre el escritorio, lo escudriñó y le dijo con voz severa, remarcando cada una de las palabras: “No sé como lo harán, pero Italia debe ganar este campeonato”. Sin poder escapar de esa mirada eléctrica, Giorgio Vaccaro intentó congraciarse: “Se hará todo lo posible, Duce”. La réplica fue contundente, definitiva: “¿No me ha comprendido bien, general? Italia debe ganar este Mundial… Es una orden”.
Benito Amilcare Mussolini no dejó de apuntar a los ojos de su atribulado interlocutor, el presidente del Comité Olímpico Italiano y de la Federación de Fútbol, quien aturdido, se levantó de su asiento y se retiró de la amplísima sala. Vaccaro había accionado ante la FIFA para que Suecia levantara su candidatura y la II Copa del Mundo de Fútbol 1934 quedara a merced de Italia. Apenas los escandinavos se hicieron misteriosamente a un lado en 1932, il Duce le delegó la organización del certamen a Achille Starace, el secretario general del Partido Nazionale Fascista y al propio Vaccaro. Los carteles oficiales mostrarían a un hercúleo atleta haciendo el saludo fascista con una pelota de fútbol en sus pies. Una empresa tabacalera lanzó los cigarrillos Coppa del Mondo.
Italia había encabezado un boicot para no viajar a Sudamérica con motivo del primer torneo organizado por la FIFA, disputado en Uruguay en 1930, y los orientales pretendieron devolverles con la misma moneda. Pero Brasil y Argentina se cortaron por las suyas y si asistieron, a pesar de que el equipo argentino, dirigido por el italiano Felice Pascucci fue con sólo 18 jugadores, la mayoría amateurs. Al arribar después de un agotador viaje en barco, desde la delegación argentina habrían enviado un llamativo telegrama de agradecimiento: “Al tocar tierra italiana los atletas argentinos saludan con respetuosa deferencia al jefe de gobierno que dirige con clarividencia los destinos de la Italia renaciente”.
Al centrehalf Luis Felipe Monti le decían Doble Ancho. Convirtió el primer gol argentino de la historia de los mundiales, en Montevideo. Luego de ese debut, se daría una final rioplatense, con amenazas y desafíos de toda índole. A Monti y a sus compañeros, les hicieron llegar la inequívoca e impúdica advertencia de que si la Argentina ganaba, correrían peligro sus vidas. El jugador confiaría tiempo después que el miedo que sintió esa tarde, por momentos le impidió levantar las piernas. El triunfo de la Celeste fue finalmente por un concluyente 4-2. Ese muchachote fornido, de condiciones físicas asombrosas, jugaba para San Lorenzo y era empleado municipal. Entre ambos sueldos redondeaba menos de u$s 200 mensuales. Poco después del torneo, lo visitaron dos agentes italianos que le anticiparon que sería tentado por un dirigente enviado por Mussolini para jugar en un club italiano a cambio de un sueldo de u$s 5000, casa y auto, además de otros premios. También le anticiparon que debía tener el pase en su poder. No querían dejar rastros oficiales… Efectivamente, a los pocos meses, Monti estaba jugando en la Juventus, aun cuando el equipo predilecto del presidente fascista era la Lazio. Ese mínimo cuidado de las formas no impidió que durante ese mismo año, cuando el jugador descollaba en las canchas azurras tras un comienzo muy fuera de forma física, haya sido instado a tomar la ciudadanía italiana.
Historias del mismo tenor podrían contar Enrique Guaita, Raimundo Orsi y Atilio De María. También el brasileño Amphiloquio Marques Filo (quién adoptó el nombre Anfilogino Guarisi, acuciado por la situación). Jugaron para Italia un Mundial a la medida de Italia. En el que sus jugadores tuvieron libertades extraordinarias para jugar con una rudeza que fue mucho más allá del reglamento. Al punto de que en cuartos de final, ante un brillante elenco español, el mejor de la época, terminaron 1 a 1 en tiempo suplementario, con media docena de lesionados en las filas visitantes. España debió jugar diezmada el desempate apenas 48 horas después.
Por supuesto que los locales llegaron a la final, que fue contra Checoslovaquia, con el mismo árbitro de la semifinal, el suizo Eklind, tan proclive a beneficiar con sus fallos a los dueños de casa. En la concentración italiana, 24 horas antes del partido, se recibió el siguiente telegrama:
“Vencer o morir / Señores, si los checos son correctos, nosotros somos correctos. Eso ante todo. Pero si nos quieren ganar de prepotentes, el italiano debe dar un cazote y el adversario caer… Buena suerte para mañana, muchachos. Ganen. Si no, crash”. No hizo falta que nadie se pasara el dedo índice por el cuello. Todo el mundo sabía que “crash” significaba decapitación. El telegrama estaba firmado por Benito Mussolini.
Al día siguiente, los equipos estaban en la boca de ingreso a la cancha cuando la banda musical entonó el “Himno al Sole”, de Giaccomo Puccini, logrando que se sumaran al coro los 55.000 espectadores, la mayoría vestida con camisas negras. Impresionaba el Estadio del Partido Nacional Fascista de Roma. Pero ese aliento no evitó que los checos vencieran por 1 a 0 al cabo del primer tiempo. Entonces, le hicieron llegar un mensaje al técnico italiano Vittorio Pozzo: “Usted es el responsable del éxito. Pero si fracasa que Dios lo ayude”. Pálido, el entrenador conminó a sus jugadores: “No me importa cómo, pero hoy deben ganar o destruir al adversario”.
Luego, cuando restaban cinco minutos para el final, el argentino Orsi gambeteó al arquero rival y metió el empate. Y en el alargue, el italiano Schiavio lograría el desnivel. Monti relataría tiempo después: “En Uruguay me querían matar si ganaba. En Italia me mataban si perdía… Esa vez, por decisión de il Duce podíamos pedir lo que se nos ocurriese: mujeres, casas, dinero… Éramos los seres humanos privilegiados de Italia… Después todo iba a cambiar…”
Mussolini dejó su cabeza afeitada al descubierto cuando fue a entregar la Copa y todo el estadio comenzó a gritar: “Duce…”
(Fragmento de "Fuimos Campeones", Ricardo Gotta, Edhasa, 2008)
Como Giorgio Vaccaro, Luis Felipe Monti falleció en 1983 a los 82 años.
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