Un borrador como adelanto del libro que Eduardo Cantaro está escribiendo sobre la historia de las Copas Mundiales de la FIFA.
SS Conte Verde era el nombre de la embarcación que llevó a Montevideo a 5 seleccionados, una terna de árbitros, el presidente de la FIFA y la Copa del Mundo. Alrededor de ese viaje se escribieron varias historias que no pasaron inadvertidas gracias al fútbol.
En el año 1923 la compañía Lloyd Sabaudo, adquiría un navío de lujo para unir los puertos de Génova y de Nueva York. Pocos años después la línea se amplió y el SS Conte Verde ya no sólo iba a Norteamérica, sino que también comenzó a mirar al Sur. En uno de sus viajes trasladó el desde Francia cuerpo del escritor argentino Ricardo Güiraldes, acompañado nada más ni nada menos que por Carlos Gardel.
El 18 de junio de 1930 el SS Conte Verde hizo, tal vez, su viaje más especial. Jules Rimet se había encargado de convencer a cuatro selecciones europeas de viajar al Mundial en Uruguay y había que trasladarlas hasta Montevideo. Los yugoslavos no eran problema, porque partirían desde el puerto de Marsella en el SS Florida y junto a ellos irían los egipcios. Pero los africanos llegaron tarde y se tuvieron que volver a Alexandría.
En el puerto de Villefranche-sur-Mer, Rimet esperaba con ansias la llegada del barco. Había partido del puerto de Génova hacía unas horas y en la terminal se habían subido los rumanos, que fueron a la Copa gracias a todo lo que se movió el Rey Carol.
El Rey rumano tenía poca popularidad de la buena en su país. Durante la Primera Guerra Mundial desertó del ejército y se escapó con una amante, Ioana Lambrino, que era hija de un General. Tuvieron un hijo (el Príncipe Mircea) y tras el escándalo los separaron.
Al año siguiente Carol se casó con la Princesa Eleni de Grecia y en 1921 tuvieron a su hijo, el Príncipe Mihali. Pero Carol seguía escapándose para encontrarse con sus amantes, entre ellas el amor de su vida, Magda Lupescu, por la quien abdicó a la corona. Magda era una apasionada de los deportes y le contagió el gustito a Carol. Por eso no le fue difícil a Rimet convencerlo para que lleve a su selección a Uruguay y además le venía bien levantar un poquito la popularidad con sus súbditos, interfiriendo en el juego que tanto apasionaba a su pueblo. En junio de 1930 volvió al sillón real, llamó al experimentado Costel Radulescu y se encargó de conseguir los jugadores para la selección.
Los rumanos eran bien amateurs. Trabajaban para ganarse el sustento (la mayoría en una petrolera inglesa) y además jugaban al fútbol. Carol se encargó de buscar a los mejores jugadores y convenció a sus patrones para que le cubrieran su puesto de trabajo durante 3 meses. A cambio, él mismo se encargaría de sus salarios. También le organizó una gran fiesta de despedida antes de que se fueran para Génova a abordar el SS Conte Verde. Junto a ellos subió un coro rumano que estaba de gira.
Una vez en Puerto de Villefranche-sur-Mer abordaron la selección de Francia, dos árbitros mundialistas (Thomas Balway y Henri Christophe) y Jules Rimet con su hija y la Copa creada por el escultor francés Albert Lafleur. Sólo faltaba Bélgica.
El 20 de junio la embarcación llegó a Barcelona donde estaban esperando los belgas, que habían viajado tren desde Bruselas, sumándose al resto de las delegaciones. También subió el árbitro más experimentado, John Langenus, que sería el encargado de dirigir los partidos más importantes. Rimet se aseguraba así que el Mundial tuviera participantes del viejo continente. En la cubierta de la lujosa embarcación había turnos para que los jugadores hicieran ejercicios durante los 15 días de la travesía y no perdieran el estado atlético. Los más pibes, como Lucien Laurent, se entretenían pateando una boina rellena con papeles. Nadie se perdió la típica fiesta cuando la embarcación cruzó el paralelo del Ecuador. Ni siquiera los pasajeros de la clase económica, que por poco dinero viajaban con comodidades absolutas, incluyendo agua corriente. Se pasaba del verano europeo al invierno sudamericano (muy cruel y duro, según la excusa que pusieron los italianos para el faltazo), y eso era una buena excusa para el festejo. El coro rumano también entretenía a los jugadores con sus angelicales voces y cualquier otra cosa divertida era buena para hacer pasar el tiempo que tras eternos once días, arribó a Rio de Janeiro, para que subiera la selección brasileña. Aún quedaban cinco jornadas más de viaje antes de llegar a Montevideo el 4 de julio.
Uno de los pasajeros tuvo una triste noticia al bajar de la embarcación. Un vocero se acercó al árbitro francés y le dijo: “Señor Balway, lamento informarle que ayer ha fallecido su esposa”. El devastador mensaje no desalentó al francés que se quedó, con una gran tristeza, a dirigir en la Primera Copa.
De alguna manera responsable por el suceso de la primera Copa Mundial de la FIFA (Rimet le repetía constantemente al Capitán que el barco iba a ser recordado por llevar la Copa), el SS Conte Verde siguió extendiendo sus viajes. La maravillosa China lo recibía constantemente en Shanghai, con viajes más fascinantes. Cuando se desató la Segunda Guerra, el puerto de Shanghai sirvió para esconderlo, ya que los japoneses se lo querían apoderar.
Para evitar esto fue desmantelado a fines de junio de 1943 por los mismos italianos. Pero los japoneses consiguieron el objetivo: lo restauraron, lo convirtieron en navío de guerra y lo rebautizaron como “Kotobuki Maru”, transformado la nave que había escrito cientas de historia en un portaaviones. Un año más tarde un Bombardero estadounidense B-24 no tuvo piedad del otrora Conte Verde, dándole un certero misilazo y enviándolo para siempre al fondo del mar…
En el año 1923 la compañía Lloyd Sabaudo, adquiría un navío de lujo para unir los puertos de Génova y de Nueva York. Pocos años después la línea se amplió y el SS Conte Verde ya no sólo iba a Norteamérica, sino que también comenzó a mirar al Sur. En uno de sus viajes trasladó el desde Francia cuerpo del escritor argentino Ricardo Güiraldes, acompañado nada más ni nada menos que por Carlos Gardel.
El 18 de junio de 1930 el SS Conte Verde hizo, tal vez, su viaje más especial. Jules Rimet se había encargado de convencer a cuatro selecciones europeas de viajar al Mundial en Uruguay y había que trasladarlas hasta Montevideo. Los yugoslavos no eran problema, porque partirían desde el puerto de Marsella en el SS Florida y junto a ellos irían los egipcios. Pero los africanos llegaron tarde y se tuvieron que volver a Alexandría.
En el puerto de Villefranche-sur-Mer, Rimet esperaba con ansias la llegada del barco. Había partido del puerto de Génova hacía unas horas y en la terminal se habían subido los rumanos, que fueron a la Copa gracias a todo lo que se movió el Rey Carol.
El Rey rumano tenía poca popularidad de la buena en su país. Durante la Primera Guerra Mundial desertó del ejército y se escapó con una amante, Ioana Lambrino, que era hija de un General. Tuvieron un hijo (el Príncipe Mircea) y tras el escándalo los separaron.
Al año siguiente Carol se casó con la Princesa Eleni de Grecia y en 1921 tuvieron a su hijo, el Príncipe Mihali. Pero Carol seguía escapándose para encontrarse con sus amantes, entre ellas el amor de su vida, Magda Lupescu, por la quien abdicó a la corona. Magda era una apasionada de los deportes y le contagió el gustito a Carol. Por eso no le fue difícil a Rimet convencerlo para que lleve a su selección a Uruguay y además le venía bien levantar un poquito la popularidad con sus súbditos, interfiriendo en el juego que tanto apasionaba a su pueblo. En junio de 1930 volvió al sillón real, llamó al experimentado Costel Radulescu y se encargó de conseguir los jugadores para la selección.
Los rumanos eran bien amateurs. Trabajaban para ganarse el sustento (la mayoría en una petrolera inglesa) y además jugaban al fútbol. Carol se encargó de buscar a los mejores jugadores y convenció a sus patrones para que le cubrieran su puesto de trabajo durante 3 meses. A cambio, él mismo se encargaría de sus salarios. También le organizó una gran fiesta de despedida antes de que se fueran para Génova a abordar el SS Conte Verde. Junto a ellos subió un coro rumano que estaba de gira.
Una vez en Puerto de Villefranche-sur-Mer abordaron la selección de Francia, dos árbitros mundialistas (Thomas Balway y Henri Christophe) y Jules Rimet con su hija y la Copa creada por el escultor francés Albert Lafleur. Sólo faltaba Bélgica.
El 20 de junio la embarcación llegó a Barcelona donde estaban esperando los belgas, que habían viajado tren desde Bruselas, sumándose al resto de las delegaciones. También subió el árbitro más experimentado, John Langenus, que sería el encargado de dirigir los partidos más importantes. Rimet se aseguraba así que el Mundial tuviera participantes del viejo continente. En la cubierta de la lujosa embarcación había turnos para que los jugadores hicieran ejercicios durante los 15 días de la travesía y no perdieran el estado atlético. Los más pibes, como Lucien Laurent, se entretenían pateando una boina rellena con papeles. Nadie se perdió la típica fiesta cuando la embarcación cruzó el paralelo del Ecuador. Ni siquiera los pasajeros de la clase económica, que por poco dinero viajaban con comodidades absolutas, incluyendo agua corriente. Se pasaba del verano europeo al invierno sudamericano (muy cruel y duro, según la excusa que pusieron los italianos para el faltazo), y eso era una buena excusa para el festejo. El coro rumano también entretenía a los jugadores con sus angelicales voces y cualquier otra cosa divertida era buena para hacer pasar el tiempo que tras eternos once días, arribó a Rio de Janeiro, para que subiera la selección brasileña. Aún quedaban cinco jornadas más de viaje antes de llegar a Montevideo el 4 de julio.
Uno de los pasajeros tuvo una triste noticia al bajar de la embarcación. Un vocero se acercó al árbitro francés y le dijo: “Señor Balway, lamento informarle que ayer ha fallecido su esposa”. El devastador mensaje no desalentó al francés que se quedó, con una gran tristeza, a dirigir en la Primera Copa.
De alguna manera responsable por el suceso de la primera Copa Mundial de la FIFA (Rimet le repetía constantemente al Capitán que el barco iba a ser recordado por llevar la Copa), el SS Conte Verde siguió extendiendo sus viajes. La maravillosa China lo recibía constantemente en Shanghai, con viajes más fascinantes. Cuando se desató la Segunda Guerra, el puerto de Shanghai sirvió para esconderlo, ya que los japoneses se lo querían apoderar.
Para evitar esto fue desmantelado a fines de junio de 1943 por los mismos italianos. Pero los japoneses consiguieron el objetivo: lo restauraron, lo convirtieron en navío de guerra y lo rebautizaron como “Kotobuki Maru”, transformado la nave que había escrito cientas de historia en un portaaviones. Un año más tarde un Bombardero estadounidense B-24 no tuvo piedad del otrora Conte Verde, dándole un certero misilazo y enviándolo para siempre al fondo del mar…
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