Thursday, November 8, 2007

Heinze.


Gabriel Heinze (Argentina, 1978) descansa en el banco de suplentes madrileño después de algunos partidos y una pomposa presentación oficial en el Bernabéu, como último eslabón del proyecto de Ramón Calderón hacia lo que el presidente llamaba "la excelencia en el juego". Acaso recuerde las palabras del conspicuo Jorge Griffa. Por debajo de la pompa protocolar, el precio de su fichaje (12,5 millones de euros) y su nuevo sueldo de figura (dos millones limpios), en el cerebro de Henize retumbarán las palabras que lo acompañan desde una noche tensa de 1997. La noche en que recibió una llamada en su habitación de la concentración del Newell's.

Mario Zanabria, su entrenador, le había dicho que se preparara para debutar en primera. Estaba intentando descansar cuando la campana del teléfono interrumpió su sueño. Su compañero de cuarto, Ricardo Rocha, levantó el auricular pensando que nadie querría hablar con el jovencito pueblerino que dormía en la otra cama. Se equivocó. "Es para vos, Alemán", le dijo, llamándole por su apodo.

Heinze reconoció la voz inapelable del director de la cantera del Newell's. Griffa apuntó al corazón: "Alemán, lo felicito porque mañana va a debutar en Primera. Pero nunca se olvide de una cosa: no se complique con la pelota. Porque usted no sabe jugar al fútbol".

Heinze debutó como lateral izquierdo. No le fue mal. Los delanteros del campeonato argentino comprobaron en sus carnes las dificultades de atacar por donde campaba el rubio de Newell's. No sabía conducir el balón, ni tenía buen pie, ni era un pasador destacado. Sus centros eran apenas normales, en las raras ocasiones en que alcanzaba el campo contrario. Pero tenía algo. Algo relacionado con el fuego competitivo. Sabedor de sus enormes limitaciones, Heinze disfrutaba de cada minuto que transcurría en la cancha. Su amor por el oficio era tan grande que defendía a su portero como si fuera su madre. En unos meses con el Newell's se ganó fama de hostigador, de sabueso.

Ramón Martínez recomendó su fichaje al Valladolid en 1998. Entonces, un año después de recibir la primera llamada de Griffa, el chaval recibió la segunda. El viejo técnico - una eminencia del fútbol argentino- no alteró el discurso. "Alemán", le dijo, "lo felicito por su pase a España. Pero no olvide que usted no sabe jugar al fútbol".

Heinze se embarcó hacia Europa con su equipaje y con las palabras de Griffa como patrimonio. Jugó en el Valladolid, sin demasiado éxito, en el Sporting, el Paris Saint Germain, y el Manchester. Él mismo suele autoparodiarse cada vez que recuerda las llamadas de Griffa. Se lo toma con humor.

Fiel a su costumbre, el técnico le sorprendió cuando supo que había entrado en la convocatoria de la selección por primera vez. Al oír la voz, Heinze supo quién era. "Lo felicito por su convocatoria con Argentina", le dijo; "pero no se olvide que usted no sabe jugar al fútbol".

Heinze se abrió paso trabando la mandíbula. Ganó un puñado de títulos: el oro olímpico en Atenas, la Liga inglesa de 2003 y 2007, una Copa de la FA y una Copa de la Liga inglesa. En 2002, alucinados por su fútbol febril, los socios del Manchester no repararon en las limitaciones de El Alemán cuando le votaron mejor jugador del año.

El Madrid le brindó a Heinze una ocasión dorada de librarse del clima opresivo de Old Trafford. El argentino no atravesaba su mejor momento futbolístico. Además, litigaba con Alex Ferguson, su director técnico, y la federación inglesa le había prohibido fichar por el Liverpool. Advertido de sanción, el club que dirige Rafa Benítez no pudo pagar la cláusula de rescisión de diez millones de euros. Lo hizo el Madrid, que, como siempre, superó el precio de mercado. El Madrid puso 12,5 millones y Heinze firmó por cuatro años.

Es la antítesis de Robben. Tampoco se parece a Roberto Carlos, el hombre al que debe reemplazar. Es Heinze. Y Griffa siempre le dijo la verdad.

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