16.12.2010 - La primera generación de computadoras (útiles durante la Segunda Guerra Mundial) debuta inaugurando la era de la informática (para fines civiles) en Inglaterra y Estados Unidos, los rusos obtienen el secreto diseño de la bomba atómica y McLuhan publica su primer libro (La novia mecánica: folclore del hombre industrial).
1951 es un año electoral en Argentina, Evita – enferma - renuncia a la candidatura vicepresidencial, Benjamín Menéndez proyecta golpes mientras la mujer se dispone a votar por primera vez en la historia, Fangio empieza su quíntuple serie en la F1 y se da (desde Plaza de Mayo) la primera transmisión de TV (24 años después de las dadas por la BBC en Inglaterra).
A principio de un año que Perón había planificado festivo, se inician los contactos para llevar la selección argentina a Wembley. Ya entre el 25 de febrero y el 8 de marzo Buenos Aires vive los Juegos Panamericanos, habla de Delfo Cabrera y ve, inédita a Argentina sobre los yanquis en el medallero.
Perón da el visto bueno y la AFA acepta la invitación inglesa. Después de todo, en Wembley, donde Inglaterra está invicta, hay menos de perder que de ganar. Si bien la selección no viaja a Europa desde 1934, viene de números estremecedores: en los 20 campeonatos internacionales jugados desde 1910 (de los que 12 fueron oficiales) fue campeón en diez y subcampeón en ocho. Y los ingleses vienen de abucheos en el Maracaná (Mundial 1950).
Inglaterra necesita, de algún modo, preparar su selección y levantar la moral. Habían llegado a Brasil (1950) con pasajes de regreso para un día después de la final. Pero después de vencer a Chile (2-0) en el debut, la insospechada derrota (0-1) frente al pobre Estados Unidos (un equipo semi amateur) los dejó con la obligación de ganarle a España para seguir en el Mundial. España ganó (1-0), los brasileños del Maracaná los despidieron a burla y trapo blanco y el vuelo de regreso debió reprogramarse.
El equipo argentino llega a Londres el 4 de mayo y, luego de un desayuno, es trasladado a almorzar a Highbury, donde la prensa, que poco conocía del fútbol argentino, ya había titulado “Llegaron los siete mustachos” (Daily Express) y los describía como petisos, fornidos, apasionados y de ojos oscuros (Evening News).
Después de aceptar la invitación y presenciar el último partido de la temporada del campeón Tottenham (venció a Liverpool), Guillermo Stábile (DT) manifiesta asombro: “No digo que los jugadores individualmente sean mejores (que los de Rácing Club); de hecho no lo son. Pero el juego de equipo es notable.”
“El brío de los hombres de Milburn puede azotar a los beef boys”, publica Express, “estos sudamericanos son pintorescos, pero los británicos tienen que olvidarse de jugar al fútbol como lo hacen ellos. Lo que se necesita es honestidad y un estilo de juego limpio como el nuestro, sin olvidarse de los fuertes y no comprometedores tacles”. El Mirror opina sobre la conveniencia de no olvidar “la aplicación de las verdaderas reglas del fútbol, que permiten la moderada utilización de tacles… Algunos países quieren eliminar los tacles del reglamento, porque no encajan ni con su estilo ni con su temperamento.”
El 8 de mayo se agotan las entradas (más de 60.000), mientras el equipo argentino reconoce el campo de Wembley. El día del partido (9) una fuerte lluvia deja el césped resbaloso y húmedo.
En Inglaterra faltan Wilf Mannion (delantero del Middlesbrough) y Stanley Matthews (volante del Blackpool) lesionados y reemplazados por Jackie Milburn (Newcastle) y Vic Metcalfe (Huddersfield) respectivamente.
En Argentina faltan las estrellas José Manuel “Charro” Moreno (en Chile) y Alfredo Di Stéfano que junto Adolfo Pedernera y otros se instalaron en Colombia a partir del conflicto gremial de 1948.
Inglaterra sale con Williams; Ramsey, Eckersley, Wright, Taylor, Cockburn, Finney, Mortensen, Milburn, Hasall y Metcalfe. Argentina forma con Rugilo; Colamn (Allegri), Filgueiras, Iácono, Faina, Pescia, Boyé, Méndez, Bravo, Labruna y Lousteau.
Suenan los himnos. El público inglés rompe el silencio durante el himno argentino, seguido por la radio en Londres y Buenos Aires.
A los 18 minutos un contraataque relámpago: Labruna toma un despeje de Rugilo y la entrega a Loustau que va, pasa como poste a Alf Ramsey y pone un centro en la cabeza de Mario Boyé que silencia Wembley: 1-0.
Los ingleses siguen con ritmo frenético, ahora a empatar y descubren a Miguel Angel Rugilo, el enorme arquero de Vélez que corta centros y disparos como un muro infranqueable (tres pelotazos de Hassall y uno de Milburn).
Fue el día cúspide en la carrera deportiva de Rugilo, el día en que se ganó el apodo de “León de Wembley”.
"Habían elegido tres arqueros: Gabriel Ogando, de Estudiantes de La Plata; yo y Héctor Grisetti, de Racing, en ese orden de prioridad. De los tres uno debía quedarse, presumiblemente el último de la lista, pero Ogando tuvo un problema con su club y fue excluido. Entonces quedé de titular.
Como el campeonato local recién comenzaba en abril y el viaje fue en mayo, estábamos todos fuera de forma, gordos. Antes no había pretemporada ni preparación física. Este hecho después fue decisivo.
Salimos de Buenos Aires el 2 de mayo en avión. El viaje duró 36 horas e incluyó varias escalas. El primer partido, contra el seleccionado inglés, fue el día 9. Nosotros no teníamos demasiada noción de la trascendencia que tenía aquel encuentro. Ignorábamos toda la leyenda tejida en torno al viejo estadio de Wembley, verdadero templo del fútbol. Apenas sabíamos que allí los ingleses no habían perdido en los últimos 85 años. En esa época el futbolista no estaba preparado para tantas cosas. El solo hecho de viajar e integrar la selección nos tenía en las nubes. Nadie pensaba en otra cosa, ni en el dinero, como ahora. Por ese viaje nos dieron como único salario 5 mil pesos a cada uno.
Apenas empezó el partido realicé una buena atajada. Eso me ayudó muchísimo porque me agrandé. Ellos sacaron, avanzaron, nunca me olvido, le cortaron la pelota al insider derecho y el tipo me pateó como venía. Fue un tiro fuerte, arriba, en un ángulo. Por suerte, como se puede apreciar en esta foto (tapa) y que corresponde a esa jugada, pude descolgarla. Después vino el gol de Mario Boyé. Ellos seguían jugando al mismo ritmo, infernal, con que empezaron y con el que después terminaron.
Sin jactancia, creo que aquella tarde tuve una buena actuación, pero nunca imaginé que serviría para promocionarme como lo hizo. A pesar del asedio, nunca dudé de que ganábamos ese partido. Sin embargo, faltando ocho minutos todo se derrumbó.
En poco rato nos convirtieron dos goles seguidos. El primero fue un centro de la derecha que cabeceó el insider izquierdo inglés. Faina, nuestro centro half, me tapó, la pelota pasó por detrás suyo, pegó en el palo y se metió. El segundo gol fue un offside clavado, hasta los ingleses lo dijeron. También vino un centro de la derecha, volvió a cabecear el insider izquierdo, y la pelota fue hacia el medio del área chica de arrastren. Allí estaba parado el centro forward solito, que convirtió el tanto.
Durante todo el encuentro me habían ovacionado después de cada atajada, pero la del final fue tremenda. Ya nos íbamos de la cancha y la gente gritaba a lo loca. Como no sé inglés no entendía nada. El que me avivó fue Chichilo Sola, masajista de Vélez y de la selección que me paró diciéndome: Saludá, saludá, que esa ovación es para vos. Creí que se venía abajo Wembley. Después cuando llegué al vestuario me puse a llorar. A pesar de todo me dolía haber perdido cuando teníamos todo casi cocinado. Me acuerdo que Tucho Méndez quería consolarme diciéndome: No llores, gil. ¿Cómo te vas a amargar justo vos que hoy fuiste un fenómeno?
Hasta volvernos, los ingleses siguieron hablando de mí, haciéndome infinidad de reportajes. Mucha gente fue al partido contra Irlanda (ganamos 1 a 0) para verme atajar.
Creo que mis bigotes fueron fundamentales en todo esto. Yo usaba unos mostacholes bárbaros que en Inglaterra no se veían. Eso les llamó poderosamente la atención. En el nerviosismo del juego tenía por costumbre acariciármelos, retorcerlos.
Les causaba mucha gracia: cuando lo hacía, el estadio todo era una gran carcajada. Además, debido al intenso trajín y la falta de estado físico, me empezaron a dar calambres en las piernas y en la boca del estómago. Del dolor me revolcaba por el piso. Eso también les divertía mucho, suponían que lo hacía de puro loco.
A la vuelta había más de 10 mil personas esperándonos y, fundamentalmente, esperándome a mí. Era algo que no imaginaba, no obstante que en cada escala del viaje de vuelta había una nube de periodistas en los aeropuertos para fotografiarme y reportearme. El público siguió mi auto en caravana hasta mi casa, que estaba en Caaguazú y Cosquín, tocando bocina. Eso fue el 17 de mayo por la noche.
Supe que quien me puso León de Wembley fue Luis Elías Sojit, que trasmitió el partido. Parece que se la pasó dele repetir: ¡Rugilo, un verdadero león! y cosas por el estilo. De ahí nació el apodo. El barullo en torno mío duró un par de meses. Al poco tiempo vi una película que me hizo reír. Se me veía atajándole un tiro bárbaro a un inglés que me hacía gestos con la cabeza como diciéndome: ¿Pero cómo hay que hacer para meterte un gol?".
Así fue, los rechazos de la defensa argentina (metida atrás) muy pocas veces llegaron a pies de sus compañeros de ataque. Por lo general los recibía un jugador inglés, de donde resultó que el asedio se hizo persistente.
En el minuto 79 Stan Mortensen cabecea al gol el córner inglés número 14 y en el minuto 86 cabecea un tiro libre de Ramsey a los pies de Milburn que define en off side. Inglaterra gana 2-1, mantiene el invicto en Wembley y empieza a ver el Mundial del 50 como un ligero tropiezo.
Por la noche, en una cena organizada para ambos equipos, Jules Rimet reconoce a los muchachos como “buenos embajadores de Argentina”, el primer equipo no británico que jugó en Wembley.
*Miguel Ángel Rugilo falleció en 1993 a los 75 años de edad.
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