Sunday, September 23, 2007

Racismo en el fútbol.

[by Walter Fonseca]
La UEFA, bajo la tutela de Michel Platini, hace saber que se reúne, dirime y “abre expedientes” referidos a los incidentes que tocan a la afición de Lazio.
No es la primera ni será la última ocasión en que el móvil de las reuniones de UEFA se tiña de celeste Lazio. De hecho y por diferentes motivos, se trata el análisis de una cuarta sanción a la economía del club. No vamos a referir aquí sobre las inobjetables y siempre exiguas sanciones a los actos de violencia con riesgo de integridad física contra un tercero, (la última sanción se dio después de los incidentes que se presentaron en noviembre 2004, cuando los 'ultras' lazianos agredieron con explosivos y bengalas a los jugadores del Partizán de Belgrado), hechos, por lo pronto, no exclusivos ni exentos de ninguna parcialidad del fútbol. Hablamos aquí, pura y exclusivamente, de manifestaciones racistas.
En el reglamento futbolístico italiano no existen sanciones específicas por casos de racismo y es el juez deportivo de la Liga Profesional a quien le cabe dictaminar las multas de sanción a los clubes por los insultos racistas, según gradúe lo acontecido.
Con todo, 28.000 dólares, suspensión de estadio o puertas cerradas (con el daño económico que eso implica) no causan el efecto que desde la UEFA se pretendería, acaso enfrentar a la misma parcialidad de Lazio o confrontarla con el presidente de la institución.
La primera sanción por manifestaciones racistas en el fútbol italiano (estadio vedado) dejó a 36.000 abonados de Lazio sin su lugar en el estadio ante Udinese (2001). La causa serían las manifestaciones de un sector de su parcialidad que sabe exhibir y cantar sobre ideologías tan poco elegantes como toleradas, sobretodo en los clásicos contra la Roma: "Auschwitz es vuestra tierra, los hornos son vuestra casa" (28.11.98) o “Equipo de negros. Tribuna de judíos” (29.04.05) rezaban banderas que causaron ecos y comentarios desde la curva norte, el sector de las tribunas donde suele ubicarse una parte de la parcialidad de la Roma que es de religión judía. Ecos que pronto se multiplicaron en la prensa.
Más cerca en el tiempo (06.01.05), Paolo Di Canio se ganó hábilmente no pocas fotos y no menos menciones en los medios de todo el mundo. En otro Lazio – Roma (3-1) le tocó hacer un gol y eligió salir festejando su conquista haciendo el característico saludo nazi a su parcialidad, exhibiendo en su extendido brazo derecho, tatuada la palabra DUX (Duce, en latín, apelativo de Benito Mussolini). Voces y letras se alzaron a pedir sanciones, a criticar el silencio de la alta dirigencia (multimillonarios políticos como Berlusconi en el Milán, Tanzi en el Parma y Agnelli en la Juventus), a buscar explicaciones de una plantilla sin jugadores africanos, a entrever presuntos vínculos de jugadores y dirigentes del fútbol con la ultraderecha italiana y a investigar el comportamiento personal de Di Canio, el mismo al que le entró una sanción de 11 partidos por agredir a un árbitro y que también recibiera un premio Fair Play de la FIFA por negarse a marcar un gol hecho cuando vio que el arquero rival se había lesionado. Tantos ecos produjo el festejo de Di Canio que Alexandra Mussolini, nieta del Duce y diputada de ultraderecha agradeció el gesto: "Me ha fascinado, si quiere puede entrar en nuestro partido".
A raíz de los numerosos y airados reclamos, la Federación Italiana abrió una investigación sobre el gesto de Di Canio. Entre otras cosas se encontró una admiración difusa por parte de los clubes rivales, que envidian de forma más o menos explícita el carisma y la capacidad de liderazgo del capitán del Lazio y un coro de elogios y palabras comprensivas hacia el "gesto espontáneo" y de "entusiasmo viril" de Di Canio, por parte de personalidades como el ministro de Comunicación, el presidente regional o el director de los servicios informativos de la RAI (pertenecientes a la Alianza Nacional, partido posfascista que forma parte del Gobierno). Así, en un entuerto político, a Di Canio le cabía alegar ante la Federación, que lo suyo fue un saludo posfascista, perfectamente inocente en una época posmussoliniana.
En meses más cercanos (17.10.05) pero después de salir del mismo estadio (Lazio – Arsenal por Champions League), Patrick Vieira dijo que Sinisa Mihajlovic (croata de Lazio) estuvo agrediéndolo durante el partido con insultos racistas. (Lo desmintió el croata). Al tiempo la prensa inglesa llenó los espacios con el llanto mediático de Vieira que, al ser expulsado por segunda vez en dos partidos, siguió hablando fuera de la cancha para que se especulase con su retirada del fútbol inglés a raíz de reconocerse públicamente como víctima de intimidaciones racistas tanto de sus compañeros como de los directivos del club que lo alistaba. Después de denunciar que un defensor del West Ham lo hubo llamado “french Prat” (culo francés) y que sintió “olor a ajo” después de ser salivado, Vieira recordó que recibía insultos no por ser negro sino francés (quejas renovadas de Eric Cantoná, Frank Leboeuf y Emmanuel Petit en su momento).
Entre color y nacionalidad, Javier Clemente (DT Bilbao) no dudó en la gama de calificar a Samuel Eto´o (15.01.06) ni Luis Aragonés cuando necesitó arengar a su marcador José Antonio Reyes contra el juego de ese “negro de mierda”, el francés Thierry Henry. Pero Francia tampoco es un lecho de rosas. La gente del París Saint Germain también sabe de provocaciones. Ya sorprendieron los aficionados europeos abucheando, imitando monos o, incluso, tirando bananas hacia el juego de africanos o latinoamericanos.
Tampoco en Italia, los ultras de la Lazio están solos. Las parcialidades de la Roma y del Milán fueron también observadas por incansables ojos escrutadores. Dirigentes de Udinese no insistieron en la contratación del jugador judío Ronnie Rosenthal después de ver las quejas pintadas en sus oficinas. La gente de Verona, que supo impedir la llegada al club de un jugador judío y un camerunés (Patrick Mboma), provocó multas por insultos racistas a un jugador negro de Citadella (serie C del Calcio) y por silbar las participaciones de Liliam Thuram (Verona – Parma, 0-2). En un Messina – Inter, Adriano y Materazzi tuvieron que interceder para continuar el partido porque el defensor local Zoro (nacido en Costa de Marfil) amenazó al cuarto árbitro del partido con abandonar la cancha después de que un aficionado lo agrediera verbalmente por su color de piel. Recordando las quejas y el comportamiento de Samuel Eto´o por el mismo tipo de manifestaciones digamos que en España, aficiones como la del Real Madrid (multa por 78.000 contra Levante), Atlético, Espanyol y Deportivo La Coruña (multa por ofender a Roberto Carlos), entre otras, saben provocar al rival en un ambiente donde las diferencias se reafirman políticamente entre catalanes y vascos.
Incluso en Portugal, donde la tradición de futbolistas de ex colonias africanas viene de larga data, los cánticos racistas de la tribuna del Boavista (vs. Liverpool, 2001) le valió una multa al club por 22.000 francos.
Pero de este otro lado (ahora Inglaterra) también tenemos noticias al respecto. Aunque parezca mentira, en el país príncipe de la discriminación la Federación Inglesa de Fútbol (FA) supo abrir una investigación por supuestos cánticos racistas de hinchas de Newcastle contra el jugador egipcio Mido, de Middlesbrough, víctima de insultos antimusulmanes. "Se escuchó claramente y pude entender lo que estaban diciendo. Estoy acostumbrado, pero simplemente pienso que es ridículo", dijo Mido, quien fue amonestado tras hacer un gesto como buscando silenciar los insultos tras anotar un gol, en el empate 2-2, por la cuarta fecha de la Premier League. "No entiendo por qué fui amonestado. Me dijo que era por razones de seguridad, pero no sé cómo lo que yo hice puede afectar a la seguridad. Sólo me llevé el dedo a la boca para decir: 'silencio'", expresó Mido. No fue el primero de los casos que ameritó el estudio de una sanción. Un aficionado del Millwall que insultó al defensor francés del Liverpool, Djbril Traore (26.10.04, los “Reds” de Benitez ganaron 3-0) convirtió al club de sus amores en el primero de los clubes ingleses que se enfrentaba a una acusación de la FA por abuso racista.
Aunque suene paradojal, en el país donde puede dispararse a un sospechoso musulmán, el reglamento de la Federación de Fútbol cuenta una variante en la regla e-22 en la que se estipula que los clubes deben asumir su responsabilidad a la hora de evitar cualquier tipo de comportamientos racistas u ofensivos en los partidos de fútbol. Esta organización cuenta con una Comisión Independiente que juzga cada caso de esta naturaleza de forma individual y, aunque no hay una sanción específica que castigue estos comportamientos, a cualquier aficionado que dedique insultos o cánticos racistas a un jugador se le prohibirá asistir a los estadios, sanción que podría ir acompañada de multas económicas. Tampoco olvidemos que aquí, en una de estas islas británicas, se oyó al comentarista inglés Ron Atkinson (creyéndose fuera del alcance de los micrófonos), calificar al francés Marcel Desailly (ex Chelsea) de “lazy niger”, negro holgazán.
En Alemania, donde los insultos racistas constituyen un delito penal tipificado, fue sancionado el club Hansa Ropstock (2006) por gritos de su parcialidad y el arquero del Borussia, Roman Widenfeller, por llamar “cerdo negro” a Gerald Asamoah, primer jugador negro del seleccionado alemán, venido de Ghana con flamante pasaporte germano.
¿Multas? ¿multiplicación de cámaras? ¿efectivos policiales? Digamos que cumplen la función de prevenir y disuadir los hechos de violencia. Para el caso de los cantos y algunas banderas este asunto del racismo toma visos de sobreactuación.
“Todo eso es una sarta de tonterías”, comentó Harry Redknapp, DT del West Ham, sobre el caso Vieira. “No hay ninguna razón para castigarlo. ¿Por qué? ¿Por haberle gastado una broma?”
Las comparaciones entre las injurias registradas en los estadios de fútbol en el mundo sólo permite probar que el racismo emerge en un contexto de prejuicios compartidos por los aficionados. En Europa Oriental, y hasta cierto punto en Alemania e Italia, la ausencia de jugadores negros, comparativamente, hace que los insultos racistas contra ellos sigan siendo un arma poderosa dentro del arsenal de injurias de los aficionados.
El espectro del racismo en el campo de fútbol nos sobrecoge, es cierto, pero dudo de que haya que buscar sus orígenes en facciones de extrema derecha ni en características peculiares de los aficionados.
El racismo es un flagelo que afecta virtualmente a todos los países del mundo. Que en pleno siglo XXI, virtualmente ningún país del mundo está libre son conclusiones del informe de Amnistía Internacional sobre racismo y administración de justicia, presentado en Londres en 2001.
El asunto es conjugar directamente, sin escalas ni valores, este asunto del racismo con cánticos y banderas en los estadios de fútbol.
El 31 de enero de 2006 la FIFA y la UEFA organizaron en España “Unidos contra el racismo”. Allí, el secretario general de la UEFA, Lars-Christer Olsson, pidió que el racismo no entre en el fútbol, “algo que ya sucede en la sociedad”, y destacó el potencial del “deporte rey” como elemento clave en la lucha contra las actitudes xenófobas en el mundo, “el deporte puede ayudar a que se produzca un cambio...”
Una cosa es entonces afirmar que el racismo se apodera de los espectáculos futbolísticos y otra bien diferente la idea de instituir los espectáculos futbolísticos como arma contra el racismo en las sociedades.
Olsson fue más lejos y me hizo recordar a George Orwell (1984), “Tenemos que tener mentes en las que el racismo no tenga cabida”.
Por qué no pensar que los gritos, gestos, cantos y símbolos en un estadio acaso tengan relación con la libertad de expresión, la competencia (leal o desleal), el amedrentamiento, la búsqueda de notoriedad, desconcentración del adversario, desbalanceo, etc. El Profesor Volker Rittner, del Instituto de Sociología del Deporte de Colonia, sostiene que “los símbolos nazis cumplen un papel de provocación; rompen tabúes. Pero el fondo no es político, su finalidad es llamar la atención y aparecer en los periódicos del lunes.”
Incluso cuando se demuestra un comportamiento con motivaciones racistas entre los aficionados, éste es a menudo inestable, contradictorio e incluso secundario en comparación con las enemistades resultantes del fútbol. Durante los últimos partidos de la Copa del Mundo celebrada en Italia en 1990, cuando los hinchas del Nápoli abandonaron al equipo nacional italiano para animar a su héroe local argentino Diego Maradona, los hinchas del norte de Italia mostraron su hostilidad hacia Maradona, el Napoli y la región meridional apoyando a cualquier equipo que jugase contra Argentina, y así los elementos “racistas” entre los aficionados del Norte no tuvieron ningún empacho en vitorear con entusiasmo al equipo africano negro del Camerún cuando éste jugó contra Argentina, encarnación de todo lo que los del Norte detestaban, en ese momento.

El racismo que se manifiesta en los partidos de fútbol en Europa depende, las más de las veces, de tradiciones y rivalidades propias de las culturas de los hinchas. En este caso, el concepto de “insulto eficaz” resulta útil: los aficionados tenderán a emplear la injuria más efectiva y virulenta, en un afán de causar el mayor daño posible. Los hinchas de los clubes ingleses, cuando se enfrentan a los clubes de Liverpool, cantan habitualmente “prefiero ser paki (pakistaní) que scouse (oriundo de Liverpool)”. En este caso, el insulto se elige pensando en los parias despreciados por ambos grupos de hinchas, con el claro objetivo de que resulte lo más hiriente posible. En este sentido, afirmar que la categoría racial de los pakistaníes es preferible a la identidad blanca de los de Liverpool significa añadir al insulto una dosis de veneno.
La raza como tal suele permanecer en segundo plano, pero lista para ser esgrimida si se estima adecuado incorporarla al ritual de denuestos de un partido de fútbol, y no como un elemento político decisivo de la identidad de los hinchas. El hecho de que muchos de los cánticos de los ultras italianos sean adaptaciones de melodías tradicionales fascistas no constituye en sí una prueba de adhesión política, como tampoco indica una afiliación eclesiástica la frecuente utilización de músicas de himnos religiosos por parte de los aficionados británicos.
Nunca es útil (si de solucionar problemas se trata) minimizar, agigantar o tergiversar los hechos y sus interpretaciones. La violencia debe prevenirse, combatirse y castigarse. Todos tenemos derecho a asistir a los espectáculos deportivos como a identificarnos libremente con colores e insignias.
Y a los muchachos que juegan...: muchachos, escupitajos, pellizcos, insultos y golpes certeros existieron siempre en el fútbol. Como dijera Pelé, eso se arregla en la cancha y de la cancha no debería salir.

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